José María Carrascal

Asesinos en masa

También en Estados Unidos había musulmanes captados por el islamismo radical

José María Carrascal

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«Lo que nos faltaba. No bastan los asesinatos múltiples sin causa ni sentido que tenemos, para que tengamos los tanto o más irracionales del terrorismo islámico», dicen los norteamericanos ante las catorce víctimas del ataque brutal a un centro de discapacitados en San Bernardino. Por primera vez en décadas, el «New York Times» publica su editorial en primera página pidiendo… más control de las armas. Está bien, pero las armas no matan solas.

Pese a haber inaugurado, con el ataque a las Torres Gemelas, la triste racha de agresiones del islamismo militante a Occidente, este país se creía vacunado contra él por estar mucho más lejos que Europa del foco del conflicto -el Oriente Medio-, por tener mucha menos población musulmana y por creer que la tenía mucho más asimilada. A fin de cuentas, los terroristas del 11-S vinieron de Alemania. El atentado en el maratón de Boston debió ser un aviso: también aquí había musulmanes captados por el islamismo radical. El de San Bernardino lo confirma: 14 víctimas de una pareja, él nacido en Illinois, ella en Pakistán, que se conocieron a través de las redes sociales, muy religiosos ambos, que llevaban una vida recogida sin que vecinos ni compañeros de trabajo pudieran sospechar lo más mínimo, que una mañana dejan su bebé con la abuela y, armados con rifles de asalto, pistolas y abundante munición, se presentan en el centro de discapacitados y barren a cuantos pillan por delante, antes de ser abatidos por la Policía, que, al registrar su casa, encuentra un auténtico arsenal, junto a coranes y abundante literatura religiosa. En la memoria del ordenador ven que ella juró hace poco fidelidad a Estado Islámico a través de Facebook.

¿Hay alguna similitud entre estos atentados terroristas y los «asesinatos en masa» que con demasiada frecuencia –354 casos este año– ocurren en Estados Unidos? Sin duda las hay, como la proliferación de armas: casi una por habitante. Pero eso sólo no lo explica; también cada suizo tiene en casa el rifle obligado por el servicio militar y apenas ocurren esta clase de crímenes. Tiene que haber algo más y los expertos, en efecto, encuentran semejanzas entre el terrorista por motivos religiosos o políticos y el asesino múltiple sin sentido aparente. Se trata de individuos que se sienten aislados en la sociedad en que viven. Esta incomodidad genera una animadversión creciente contra ella, a la que echan la culpa de todos los inconvenientes de la vida moderna, en el plano laboral y personal. Hasta que un buen día, malo más bien, explotan y disparan su frustración contra quien encuentran, sin importarles que sea hombre o mujer, anciano o niño. Sabiendo perfectamente cuál será su final: ser abatidos por la Policía, aunque procuran llevarse por delante a los más de ellos. Algún psiquiatra piensa que, en el fondo, se trata de un suicidio indirecto, que buscan morir matando y acabar así con sus miserias. «Al final -ha dicho Loretta E. Lynch, la primera mujer ministra de Justicia de Estados Unidos- todos son lo mismo: unos asesinos». Los peores asesinos, al no haber protección contra ellos.

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