Un asesino anda suelto

La izquierda y los separatistas prefieren ver libre a un matarife como Santi Potros antes que respaldar la prisión permanente revisable

Isabel San Sebastián

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Que Santiago Arróspide Sarasola sea libre para ir y venir por las calles a su antojo constituye una ofensa a la justicia y desde luego a la dignidad de las víctimas. No a la ley, cicatera, que en su caso se ha cumplido, pero sí a lo que cualquier persona decente entiende por justicia: esto es, que el criminal pague un precio proporcional a los crímenes cometidos. Con arreglo a ese criterio básico para que el concepto no pierda su sentido, el terrorista excarcelado hace una semana debería haber languidecido en una celda hasta el último día de su vida.

Sé que esta columna contraviene todas las reglas de lo políticamente correcto. Me consta que en la España actual mencionar el legado de ETA equivale a quebrar un poderoso tabú, toda vez que la omnipresente «memoria histórica» no abarca ese período sombrío de nuestro pasado reciente y el relato comúnmente aceptado da por zanjado el «conflicto» sin haber pagado precio alguno a los etarras y con la victoria incuestionable de la democracia. ¡Mentira! Quienes jalearon los asesinatos de la bestia recién liberada están en las instituciones, quienes recogieron las nueces del árbol que él sacudió, ajeno a cualquier piedad, ostentan un poder obsceno, y él mismo va y viene por donde quiere como si nada, a pesar de ser culpable de crímenes abominables de los que jamás se ha arrepentido.

Yo alzo por tanto la voz contra esta excarcelación que percibo como una afrenta a todos los principios que sustentan una convivencia sana. El más cruel cabecilla de la serpiente enroscada al hacha, su jefe máximo durante los Años de Plomo que sembraron nuestra nación de muerte y de terror, no ha cumplido ni siquiera un año de reclusión por cada vida robada con una alevosía impropia de quien se considera un ser humano. Fue condenado a más de tresmil por cuarenta asesinatos probados, aunque las fuerzas de seguridad sospechan que podría ser responsable de unos setenta más entre los trescientos perpetrados por la banda aún pendientes de resolución. «El muerto al hoyo y el vivo al bollo.» Nuestro implacable refranero vuelve a materializarse en su caso con escabrosa exactitud.

De acuerdo con el código por el que fue sentenciado, Santi Potros ha recobrado la libertad agotando el plazo máximo de estancia en prisión. Un tiempo ridículo en comparación con la gravedad de sus delitos. Hoy podría haber sido castigado con prisión permanente revisable, aunque a la coalición de partidos que llevó a Sánchez hasta la Moncloa esta medida no le gusta. La izquierda española, y desde luego los separatistas, con tal de brindar impunidad a terroristas como Potros, prefieren ver asesinos y violadores sueltos antes que mantener en vigor un instrumento legal aprobado por el PP con el fin de proteger a la sociedad de monstruos de su calaña. La cadena perpetua, vigente en la mayoría de las democracias europeas, no les parece «progresista». Ellos se escandalizan ante la posibilidad de que un individuo como este matarife irredento muera encerrado, mientras ven con buenos ojos que sea recibido en su pueblo, gobernado por un alcalde socialista, con pancartas de bienvenida. Ni siquiera esa humillación les ha sido ahorrada a las víctimas. Nadie ha tenido la consideración de exigir contención a los malnacidos que celebraron el retorno a casa del miserable, del cobarde «gudari» cuyas manos siempre estarán manchadas con la sangre de los inocentes que mandó derramar sin un ápice de mala conciencia.

Un asesino anda suelto por nuestras calles, mientras sus víctimas claman desde el cementerio por la justicia que les ha sido negada.

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