Tribuna abierta
¿Efecto Illa?
¿En qué consiste un efecto en la vida pública? ¿A qué fenómenos, sucesos o personajes públicos que saltan a la escena se les refiere con el atributo de golpe de efecto?
El término procede originalmente de las artes, más en particular de las artes audiovisuales y, muy en particular, del séptimo arte. Los efectos (FX, según el acrónimo inglés de la jerga cinematográfica) visuales o especiales son simulacros conseguidos mediante trucos ópticos, que producen en el espectador el mismo impacto que le suscitaría ver el suceso (un fenómenos natural, por ejemplo, o un accidente humano) fuera de la pantalla o dispositivo. De ahí la palabra efecto, cuya versión en las ciencias humanas se formula mediante el célebre Teorema de Thomas: si una situación es tenida por real, es real en sus efectos. No en vano, dice Eugenio Trías que el más hermoso golpe de efecto de toda la historia de la literatura lo propició Platón en su mito de la caverna donde “como en una sala de cinematógrafo avant la lettre, asistimos encadenados a la visión de lo que delante de nosotros se proyecta: una sucesión de imágenes a las que asignamos el fuste de la realidad, siendo como son puras sombras chinescas proyectadas ante nuestros ojos alucinados”.
Todo golpe de efecto, para serlo, debe ser inesperado, sorpresivo. En el campo de las ideas el efecto sorpresa se da cuando concurren tres circunstancias: en primer lugar, debe significar un desplazamiento o giro copernicano (como el giro trascendental de Kant, el giro antropológico de Feuerbach, la trasvaloración axiológica de Nietzsche, el giro hermenéutico de Heidegger o el giro lingüístico del siglo XX); es decir, debe trasladar al centro de la escena un elemento que se hallaba presente pero en otro lugar. Debe constituir una conmutación o inversión, en toda regla, de lugares y posiciones. El giro, como tal, no crea o inventa ninguna novedad radical, tan sólo ensancha la cancha y modifica las reglas del juego; aumenta el campo visual para que en él puedan percibirse elementos o propuestas que no se veían. En segundo lugar, todo golpe de efecto afecta y altera la totalidad del panorama en el que aparece. Y, por último, a pesar de ser inesperado, encaja apropiadamente en el preciso estado de cosas en el que aparece.
¿Qué es lo que más define en este momento la situación política en España y Cataluña? Sin duda, la polarización, esto es, el distanciamiento y radicalización de las posiciones políticas. La polarización de una sociedad y de su vida política consiste en creer que la verdad o el acierto se halla únicamente en una solo propuesta, estando las demás tan en las antípodas, que se divisa inviable toda conciliación. Si es verdad que el denominado efecto Illa constituye un efecto y puede alterar el panorama electoral, se comprobará en la medida en que cumpla las tres antedichas exigencias; en particular, responder al mayor desafío político actual: moderar todas las posiciones y hacer posible el acercamiento de todas las propuestas.
La polarización se da cuando la escisión y ruptura entre las partes parece imposible de suturar, bien porque se han ido distanciado cada vez más sin remediarlo, bien porque todas las partes se sienten gravemente agraviadas por las demás, bien porque las descalificaciones han sido de tal magnitud y calado que los puentes afectivos se hallan rotos y el reencuentro se hace titánico. Las teorías de resolución de conflictos saben que para buscar la reconciliación se debe partir, primero, de un fundamento emocional, esto es, un detonante perteneciente al mundo de los sentimientos y afectos. Ello solo es posible cuando las partes aceptan evocar y honrar los momentos del pasado donde se tenían respeto y sentían cordialidad, concordia, simpatía, cooperación e, incluso, afecto por los demás.
Una vez que se haya conseguido un estado emocional propicio (la forma) se puede proceder al acercamiento de las ideas (el contenido). Para ello, quizá el mejor modelo aportado en la historia del pensamiento sea el de la dialéctica, en la que los polos opuestos nunca se encuentran de un modo estático; no se unen mediante una combinación eclética, a través de una fusión simbiótica o en la juntura de posibles coincidencias (por cuanto si están en polos extremos es, precisamente, porque han perdido puntos comunes). La dialéctica une a los opuestos mediante una vía dinámica: transitar desde un polo (tesis) y desde el otro (antítesis) hacia un nivel superior (síntesis) en el que ambos dejen de ser, en buena parte, lo que eran para superarse cada uno a sí mismo, cual una realidad superior con respecto del estadio anterior de sí mismo.
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Arash Arjomandi es filósofo y profesor de Ética en la UAB