Luis Ventoso
Aquellos genios
Sucedió hasta anteayer. Entre la aquiescencia general. Los políticos locales de todos los colores callaban y aplaudían, porque solo por acudir a los consejos de las cajas de ahorros a decir siempre "amén" se embolsaban opíparos aguinaldos. De cuando en vez, se masajeaban también sus voluntades con viajes de película (ay si el difunto Concorde hablase de cuanto sindicalista y concejal provinciano llevó hasta Nueva York).
Epílogo de cárcel, porque no solo en la política hubo mala mano
Por su parte, la prensa local sacaba el botafumeiro para loar la pericia sin par de los gestores que la bendita providencia había puesto al frente de las cajas. Endiosados, los líderes de las entidades llegaban a creerse que eran de su propiedad, cuando en realidad tan solo se trataba de altos empleados. Los financieros más ególatras competían por ver quién levantaba el mausoleo cultural más grande (a su mayor gloria y a costa del bolsillo de sus impositores). Los más atrevidos abrían oficinas de la caja del pueblo en Miami, en Brasil, en Nueva York. Invertían en el ladrillo mediterráneo a manos llenas, porque habíamos arribado a la era del crecimiento perpetuo. "Lo que sobra ahora mismo en los mercados es liquidez", te explicaba algún prócer atusándose el flequillo teñido.
"¡Pum!". La crisis del 2008. El castillo de naipes de derrumba y las vergüenzas salen a la luz. Ayer, con casi 84 años, Julio Fernández Gayoso, "dueño" durante 35 años de Caixa Vigo y luego al frente de la fusión de las cajas gallegas, escuchó como un juez lo condenaba a dos años de cárcel como cooperador necesario en delitos de administración desleal y apropiación indebida. No solo quebraron sus entidades obligando a España a pedir un copioso auxilio a Europa, sino que cuando el "Titanic" se hundía algunas de sus cúpulas lo festejaban firmándose finiquitos de ensueño, de hasta más de mil millones de las viejas pesetas por cabeza.
Si hace solo seis años, cuando lucía todas las condecoraciones y compartía esparcimiento estival en las Rías Baixas con la mano derecha de Zapatero, le hubiesen dicho a Gayoso que a dos pasos aguardaban el banquillo y el oprobio se habría reído. Fue uno de tantos, como en Valencia, Andalucía, Madrid… Entrado la setentena larga, todavía retorcía los estatutos para apoltronarse en el cargo un poquitito más. En irónica paradoja, ese tiempo extra fue el que necesitó para completar las fazañas que ahora se apellidan cárcel.
Perdieron la mesura en un país que incurrió en los peores vicios del nuevo rico, que se endeudó hasta las orejas, que olvidó de donde venía, que cortó amarras con sus raíces y valores para volar en una burbuja que albergaba su propia bomba de relojería. Pero este país que tantas veces denigramos con aspaviento histérico conserva su Estado de derecho. Lenta, pero implacable, la justicia va llegando, y no se escapa nadie: de la hermana de un Rey a un vicepresidente de vitola, en las cocinas de todos los partidos, de los clubes de fútbol a las tonadilleras… España limpia lo que manchó, en un proceso doloroso, pero que inspira confianza. En contra del deseo de Mas y Colau, aquí impera todavía la igualdad ante la ley. El que la hace la paga. A veces cuando ya se ha reído de todos y no se lo espera, pero la paga.