Miradas sobre la epidemia
Soldados de España para tiempos recios
Durante jornadas de trabajo maratonianas, los soldados cumplen su vocación de entrega, llegando a donde nadie más alcanza, indiferentes «al hielo y el calor»
«Ese Ejército que ves / vago al hielo y al calor». Nada hay como leer a Calderón de la Barca para entender el significado de la palabra clásico. Sus versos dedicados a la vocación militar conservan plena vigencia cuatro siglos después de escritos. Mientras que para la mayoría de los españoles cumplir con el estado de alarma significa recluirnos en nuestros hogares, para las mujeres y hombres que forman el Ejército español implica lanzarse al zafarrancho de combate para derrotar al coronavirus.
Muchos ciudadanos tal vez no adviertan quien está detrás de la pulcritud en la desinfección de nuestras residencias, puertos, aeropuertos y estaciones. Quizás parezca natural la rapidez con la que hospitales de campaña han brotado donde 18 horas antes solo había recintos feriales y aparcamientos. Incluso la misma celeridad con la que personas mayores y enfermos son trasladados desde clínicas a hoteles hospitalizados podría velar el esfuerzo de planteamiento, despliegue y actuación que todas estas operaciones requieren.
Nada de lo descrito resulta espontáneo; es la Operación Balmis en acción; más de 57.000 efectivos pertenecientes a los tres Ejércitos, la Unidad Militar de Emergencia y la Guardia Real coordinados a través del Mando de Operaciones y desplegados en más de 1.000 localidades de toda España para mitigar el impacto del Covid-19 sobre la población.
Durante jornadas de trabajo maratonianas, los soldados cumplen su vocación de entrega, llegando a donde nadie más alcanza, indiferentes «al hielo y el calor». La discreción con la que ejercen su eficacia –eficacia; sustantivo que no por casualidad suele llevar aparejado el adjetivo de militar– se debe en parte a que nuestra milicia –cito de nuevo a Calderón– continúa «tratando de ser lo más / y de parecer lo menos».
Escribo en parte con plena conciencia, porque su circunspección no solo refleja que a oficiales, suboficiales, tropa y marinería les gusta actuar «de modestia llenos», como apunta el dramaturgo del Siglo de Oro. También existen actores políticos nefastos, obsesionados en invisibilizar y vilipendiar la labor fundamental que cumplen las Fuerzas Armadas.
Episodios como los vividos en Sabadell –la Generalitat de Torra desmontó un hospital militar que había sido instalado para descongestionar el Parc Taulí, la corporación sanitaria sabadellense– o Bilbao –la desinfección del aeropuerto de Loiu llegó a suspenderse casi una semana debido a los obstáculos de Urkullu– resultan ilustrativos para conocer las dos materias primas que conforman toda mentalidad nacionalista: la endeblez de su análisis de la realidad –apenas racional; más propenso a las ensoñaciones mitológicas– y el consecuente desacierto de su juicio práctico, avivado por ráfagas de odio hacia quien no sea miembro de la tribu.
Dentro de este esquema mental a ras de suelo –esquema que no puede denominarse ideológico porque se encuentra a nivel abstractivo muy inferior–, resulta coherente que los secesionistas aborrezcan a nuestros tres Ejércitos. En efecto, las Fuerzas Armadas de España tienen como misión garantizar la soberanía e independencia del país y defender tanto la integridad territorial como el Orden Constitucional; son el asegurador último que mantiene a punto –en perfecto estado de revista– nuestra libertad y seguridad; es decir, los dos rodamientos sobre los que gira nuestra Carta Magna.
No escribo acerca de meras teorías. Cuando vemos a una patrulla de soldados garantizar la tranquilidad en zonas urbanas y puntos críticos de la seguridad nacional; cuando en tiempo récord se construyen albergues para personas sin hogar y el buque de asalto anfibio Galicia se transforma en nave hospital de 800 camas para reforzar la sanidad de Ceuta y Melilla; entonces, cuanto esto acontece, la idea de España –por así decirlo– se encarna y nuestros soldados se convierten en símbolos vivos y operativos de nuestra unidad, libertad y seguridad. El chirriar de dientes del secesionismo resulta compensado con creces por los aplausos de agradecimiento que espontáneamente les tributan los ciudadanos de nuestra nación al verlos en nuestras plazas y calles.
Lo más grave, con todo, no es el desprecio de los independentistas; lo auténticamente preocupante es que el presidente Sánchez decidiera sustentar su Ejecutivo con el apoyo de tales elementos.
Aunque, por otro lado, confieso que no me sorprenden las afinidades electivas del señor Sánchez. El radicalismo del secretario general del PSOE está casi tan alejado de la realidad como el separatismo. Me gustaría saber si ahora, en plena crisis del coronavirus, el señor Sánchez se atrevería a afirmar que las Fuerzas Armadas suponen «un gasto superfluo», tal y como dejó caer en una reciente intervención televisiva. Años antes, en 2014, incluso sostuvo que «el Ministerio de Defensa sobra». ¿En qué situación se encontrarían los españoles si hoy, con más de 15.000 personas fallecidas por la pandemia, el gasto militar hubiera sido recortado aún más, tal y como propone Unidas Podemos?
El señor Sánchez, con semejantes socios, quería reeditar unos supuestos nuevos Pactos de La Moncloa. Aquellos acuerdos de 1977 fortalecieron nuestro sistema democrático. Sin embargo, el señor Iglesias –así lo ha reconocido en numerosas intervenciones públicas– aborrece la Transición y sorbe los vientos por el Narcopopulismo. Si el PSOE y Unidas Podemos pretenden escudarse en la urgencia del Covid-19 para obviar su nefasta gestión ante la pandemia y, de paso, convertir al Estado y sus leyes en instrumentos de laminado de la sociedad civil, que no cuenten con el Partido Popular.
La realidad es que el señor Sánchez no cuenta con nadie de peso político, ni en España ni fuera de ella; constatamos a diario –con dolor, porque la gestión del Ejecutivo afecta a la imagen de España– las duras críticas que el actual Gobierno del PSOE recibe en los centros de influencia mundial. Desde la Fundación Konrad Adenauer al New York Times –periódico nada sospechoso de conservadurismo–; todos coinciden en la decepción que genera la acción política del señor Sánchez, mezcla de ineficacia, verborrea y radicalismo.
España no puede girar en 2020 hacia la Grecia de 2015 de Yanis Varoufakis. Gracias al Gobierno del PP de Mariano Rajoy, España volvió a situarse entre las 13 mayores economías del mundo. Tras este dato bullen innumerables historias de esfuerzo; de un talento que no se improvisa; de un nivel de excelencia del que también son partícipes –como estamos comprobando hoy– nuestras Fuerzas Armadas.
Es un bonito gesto que la ministra Margarita Robles haya escrito el pasado dos de abril una carta de agradecimiento al personal de Defensa por su entrega en estos difíciles momentos. Pero, señora ministra, obras son amores y no buenas razones.
Las Fuerzas Armadas necesitan financiación suficiente y estable. Solo así el Ejército que creó la primera Infantería de Marina del mundo, durante el reinado de Carlos V, y que hoy es la institución más valorada por los españoles en las encuestas, solo así, señora ministra, con una financiación que llegue al 2,5% del PIB, las Fuerzas Armadas podrán desplegar sus capacidades en las Operaciones de Mantenimiento de Paz que la seguridad del planeta demanda. Las Fuerzas Armadas necesitan políticos que miren con esperanza el futuro europeo, atlántico, mediterráneo e indo-pacífico, y que asuman la visión positiva que hacia nuestros tres Ejércitos tiene la abrumadora mayoría del pueblo español.
* Antonio González Terol es vicepresidente de la Comisión de Defensa del Congreso.
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