David Gistau
Angus
Me dispongo a abordar un AVE a Sevilla para asistir al concierto de AC/DC. Me llevo a mi ahijado, que necesita que le sacudan ciertas tibiezas pop: con veinte años, milita en Ciudadanos, no les digo más, le hace falta una descarga de rock duro como un desfibrilador en el pecho contra la formalidad excesiva a una edad en la que no se debe admitir Dios ni amo. Y mucho menos creerse el rollo del centrismo sexy/kennediano. ¿He dicho rollo? ¿He empleado tal coloquialismo? La culpa la tiene el rock, del cual me levanté hoy imbuido.
Noticias relacionadas
No es el primer concierto de AC/DC al que voy. Pero, en esta ocasión, se me ahondó un presentimiento que tuve siempre, en todas las ocasiones anteriores, y que es característico de los seguidores de bandas integradas en una generación de músicos que literalmente se está muriendo: no habrá otro concierto al que ir, esta vez sí que es el último. Lemmy, cantante de Mötorhead, se me murió cuando tenía en el cajón del escritorio una entrada para verlo (¿qué le cambiaba dar primero el concierto y después morirse?). Desde entonces, vigilo las necrológicas musicales con pavor a que un día aparezca una fotografía de Angus Young practicando el «duck walk» que imitó a Chuck Berry.
Vigilo las necrológicas musicales con pavor a que un día aparezca una fotografía de Angus Young
En el caso de AC/DC, los temores están justificados. Se trata de una banda que ha ido perdiendo cachos como los meteoritos al entrar en la atmósfera, según la imagen de Umbral. Tienen al segundo guitarrista ingresado con demencia senil. Al batería imputado por una conspiración para cometer homicidio. Al cantante sordo y de baja clínica, como confirmando la teoría de que, a partir de cierta edad, los ídolos del rock ya no hablan de las mujeres con las que se acuestan, sino de lo último que les prohibió el médico: a Brian Johnson le han prohibido participar en conciertos de estadio. AC/DC se tomó en serio la recomendación que Valle hizo a Belmonte de morir en directo. Verdaderamente, están haciendo lo que pueden, y no descarto que algún riff sostenido de Angus como los de «Let There Be Rock» termine con una pregunta aventada por la megafonía: «¿Hay alguien a bordo que sepa tocar la guitarra?».
Los puristas de AC/DC, entre ellos mis locutores de cabecera en Rock FM, están metidos en un cruento debate acerca de si la sustitución de Brian por Axl Rose es o no una profanación del templo. Yo mismo, cuando me enteré, me desgarré la camiseta de Angus, me arrojé ceniza en el rostro y corrí por la calle gritando «¡Anatema, anatema!». Pero he visto vídeos de las actuaciones recientes y, junto a la carcajada de un cocodrilo que es la guitarra de Angus, Axl imposta un agudo rastrero y roto que recuerda el de Bon Scott en los primeros años del grupo. Que cante con el pie roto en una silla de inválido que parece un trono pagano no hace sino agregar encanto terminal a estos últimas hurras de unos rockeros que ya casi actúan por ouija. Llaman para embarcar. Si no muere de repente durante las próximas horas, será otra vez Angus, será la última vez. O no.