Amigos y rivales

Esta pareja de ventajistas va a intentarlo porque se juegan no ya su país, sino su aventura personal

José María Carrascal

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Fíjense en la mano izquierda de Sánchez al recibir a Torra en la escalinata de la Moncloa: si la alarga hasta el codo de su visitante mientras las diestras se estrechan, como hizo en Tarragona, o no. Les dirá más que todos los comunicados posteriores, llenos de prosa vacua. Es una sutil cortesía que estableció Don Juan Carlos para diferenciar simples conocidos de íntimos, que Sánchez ha copiado, como casi todo. Pues va a ser un encuentro entre dos personajes que tienen en común más de lo que les separa. Caminan sobre un precipicio en el mismo alambre, en direcciones opuestas, y pueden alcanzar su destino sólo a costa del otro. Pero se necesitan tanto como se excluyen. Son amigos y enemigos al mismo tiempo, lo que les obliga al abrazo y al desafío. Torra quiso adelantarse reafirmando en su Parlament la ilegal declaración de independencia. Sánchez no ha tenido más remedio que recurrirla ante el Tribunal Constitucional. De no hacerlo, ni siquiera sería necesario este encuentro, al haber cedido a su interlocutor lo que busca: la capacidad de las autoridades catalanas de ignorar la Constitución. Van de pillo a pillo.

De ahí que el encuentro vaya a celebrarse no importa que haya poco que debatir y nada que acordar. Pero ambos están interesados en que no fracase, por incompatibles que sean sus posiciones de partida. No hay derecho a la autodeterminación en ninguna Constitución, como no hay una república en una monarquía, ni se puede obedecer y desobedecer al mismo tiempo o estar preñado/a a medias. Una cosa o la otra. Pero esta pareja de ventajistas va a intentarlo porque se juegan no ya su país, sino su aventura personal. ¿Cómo van a hacerlo? Pues prolongando los encuentros e intentando engañarse entre sí, a sus seguidores y a la mismísima realidad. Sánchez cree que los nacionalistas catalanes se contentarán con más dinero, más competencias, más genuflexiones, y se avendrán a mantener algún vínculo con España. Torra, sin renunciar a todo ello, está convencido de que los españoles se hartarán y terminarán cediendo. Cuenta como aliados a la extrema izquierda y al propio Sánchez, le debe el gobierno, como le ha recordado. La hoja de ruta que se han trazado es crear «mesas de dialogo» que estudien un nuevo encaje de Cataluña y España, donde se pase del diálogo a la negociación que, unida a las movilizaciones internas y externas, transfiera a las instituciones catalanas la capacidad de decidir al margen de sus homólogas españolas, para que, sin darnos cuenta, nazca sin pecado una Cataluña independiente. El siguiente paso en ese tortuoso camino será el encuentro de ambos presidentes en el palacio de la Generalitat. Me dirán, con razón, que fue lo que hizo Rajoy: y todos sus antecesores en La Moncloa: dar cada vez más dinero y competencias a los nacionalistas. Sin éxito porque cuanto más les daban, más pedían. Con la diferencia de que Rajoy, al llegar a la presente situación, invocó el 155 y Sánchez invitó a su colega a La Moncloa. ¿Asiendo afectuosamente su codo?

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