El día amable

No habrá políticos y riadas de periodistas esperando a los siguientes

Luis Ventoso

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Nunca sale bien. Abordar problemas complejos con atribuladas soluciones simplistas es como tratar de parar una hemorragia con una tirita, en lugar de llevar al paciente a una UCI para someterlo a la atención de un equipo experto. En algunos puntos del planeta la desigualdad entre los dos lados de la frontera es extrema, como ocurre entre California y México, o de manera todavía mucho más acusada entre el Sur de Europa y el Norte de África. Las recetas facilonas no contemplan todos los ángulos del espinoso problema migratorio, que son morales, económicos y sociales. Le ocurre al simplista Trump, que sostiene que todo se arreglará con un muro mágico entre México y EE.UU., o a algunos gobernantes duros europeos, que predican la supresión total de la acogida. Esas fórmulas pecan de inhumanas, olvidan la dimensión moral del problema: el mundo próspero no puede dar la espalda a personas que vienen huyendo de guerras, catástrofes o miseria rampante. Pero tampoco aciertan quienes se dejan llevar tan solo por los dictados del corazón, como hizo Merkel cuando apresuradamente abrió las puertas de Europa, conmovida -con razón- por la sobrecogedora foto del niño sirio Aylan en aquella playa turca. O como ahora Sánchez, que ha querido adornar su figura con un hermoso gesto de bondad, pero sin calibrar las consecuencias de su acción para el país.

Ayer en Valencia vivimos la fiesta de la solidaridad, un día bonito, la faz amable y abierta de la mejor España. Allá se fueron dos ministros, el alcalde de Valencia, centenares de voluntarios, medio millar de periodistas. Todo el mucho quería estar en la llegada de los 630 inmigrantes de la flotilla del «Aquarius». Pero pronto habrá otro «Aquarius» -y ahora más- y luego otro, y otro... A la misma hora en que todas las cámaras miraban al puerto de Valencia, pateras olvidadas, fuera de foco, seguían intentando arribar a otros puntos de nuestra costa, donde se vivía una realidad muy distinta de la perfecta organización de la operación de Estado de Valencia. Centros de acogida atestados. Agentes de la Guardia Civil desbordados, que ayudan a los náufragos con un altruismo que va mucho más allá de lo que marcan sus magras nóminas; voluntarios insomnes de Cruz Roja. Poblaciones con sus servicios sociales bloqueados, porque ya no dan más de sí. Problemas de integración obvios, porque quienes llegan no comparten nuestra cultura y valores ni conocen nuestro idioma.

El deber de la Iglesia es predicar el amor incondicional al prójimo, la compasión total sin pedir nada a cambio. Ese es el mensaje de Cristo. Pero él también dijo: «Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». Y nuestro provisional César, Sánchez, tenía el deber de medir las consecuencias futuras de su acción. No ha meditado si su buen gesto, donde sin duda media también un componente electoralista, espoleará a las mafias que trafican con seres humanos. No ha reforzado los puntos de acogida del resto del litoral. Ni siquiera ha previsto una partida presupuestaria para hacer frente a la presión que viene. Una vez más, gestos sin cimientos.

El día amable

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