Miradas sobre la epidemia
La crisis del Covid-19 y el futuro de España
No podemos permitir que esta crisis profundice aún más en las grietas que desgarraban ya el tejido de nuestra sociedad y del propio sistema institucional
La crisis sanitaria generada con ocasión de la pandemia del Covid-19 nos ha conducido a una situación de emergencia nacional sin precedentes, con graves consecuencias para la vida y la integridad de las personas y para la sociedad en su conjunto, así como para el futuro inmediato de nuestra propia Nación.
Es lo cierto que hay en estos momentos, y desde los inicios de esta crisis, una primera vanguardia de actuación, fundamentalmente de índole sanitaria, orientada a la contención de la epidemia, así como a la protección de la vida y la salud de todos nosotros; que debe ineludiblemente complementarse con la necesidad de arbitrar entre todos, poderes públicos, instituciones y sociedad civil, el necesario acompañamiento a todos los que sufren y están viéndose seriamente perjudicados por la situación de incertidumbre creada, tanto en el orden personal, familiar o social, como también desde el punto de vista profesional o empresarial, para que, bien durante la crisis, bien en un momento posterior, puedan reorganizar y recomponer su vida, situación y actividades.
Sin embargo, no podemos permitir que esta crisis profundice aún más en las grietas que desgarraban ya el tejido de nuestra sociedad y del propio sistema institucional. A mi modo de ver, el rigor y la exigencia de esta hora debe traducirse en un ejercicio de responsabilidad y compromiso decisivos para orientar rectamente el futuro. Todos, la ciudadanía y la sociedad civil, las instituciones, los partidos políticos y los poderes públicos, debemos estar a la altura de las circunstancias para afrontar los importantes retos y desafíos que tenemos por delante. Ello requiere pensar en España por encima de divisiones, por encima de la coyuntura política y la lucha partidista. Pensar en España desde lo mucho que nos une frente a lo que nos separa; pensar en su presente, pero de modo inevitable en el futuro que tenemos por delante y que no podemos seguir confiando a la improvisación.
La improvisación no es nunca la solución, pero además ya no es sostenible por más tiempo. No es compatible con las urgencias que nos acucian, ni lo es tampoco con las exigencias derivadas de las grandes transformaciones que acontecen a nuestro alrededor, y que requieren tomar conciencia de los problemas que afrontar y las soluciones que adoptar. Problemas que requieren soluciones distintas. Que necesitan de un liderazgo y una gestión pública solventes, guiadas por una inteligencia estratégica capaz de concebir un proyecto de Nación en colaboración con la libre iniciativa social y económica y las instituciones, que además tenga continuidad en el tiempo y no resulte mediatizado por los ciclos políticos y electorales. Problemas que requieren personas nuevas, talento y creatividad, rigor y profundidad, visión estratégica y anticipación, y también gobernantes y gestores públicos con sentido de Estado y lealtad a España, capaces profesionalmente, con méritos suficientes y contrastados para desempeñar las tareas de gobierno y administración de los asuntos públicos en condiciones que permitan responder a los retos con la certeza y solvencia exigibles. Personas, en definitiva, que no tengan más ambición que la de servir a España y a los españoles.
Tenemos por delante una misión que bien podríamos calificar de histórica. Fortalecer la Nación, situar a España en el lugar que le corresponde y crear las condiciones adecuadas para afrontar el futuro. Y no podemos permitir que esta posibilidad nos sea arrebatada por quienes representan una amenaza para la convivencia. Y lo son, desde luego, quienes, desde largo tiempo atrás, pretenden liquidar la integridad y la unidad de la Nación, cuya ofensiva deberá ser inevitablemente afrontada antes o después. Pero también aquellos que, desde ciertos sectores políticos y secundados por todo un ecosistema social y cultural de poderes fácticos y medios de comunicación social, postulan y persiguen la consumación de un proyecto de ruptura con el sistema constitucional de 1978, con la pretensión de imponer a la sociedad entera el modelo ideológico propio de una España alternativa, amenazando así con truncar el espíritu de concordia y reconciliación nacional trabajosamente labrado durante la Transición política y con él las bases más auténticas de la convivencia civil entre españoles.
Si consentimos que, en las actuales circunstancias de sufrimiento e incertidumbre colectiva, estas ofensivas persistan y vayan alcanzando los objetivos preestablecidos en sus respectivas hojas de ruta, que nadie se lleve a engaño, porque el riesgo no sólo será para el futuro de España, sino para la democracia constitucional, el Estado de Derecho y para la propia libertad.
Nos recordaba Unamuno en uno de sus célebres artículos publicados a comienzos del pasado siglo en La Nación de Buenos Aires, que España es un legado que cada generación recibe y transmite luego a la generación subsiguiente, y que hay un deber moral de transmitir ese legado corregido y mejorado.
Asumamos todos y cada uno de nosotros el compromiso y la responsabilidad que nos corresponde y no permitamos que la transmisión de ese legado a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos pueda malograrse una vez más en la historia de España. Nos jugamos mucho, nuestro propio futuro. Pero no olvidemos nunca que las únicas batallas que se pierden –siempre y por principio– son las que no se dan.
* Alfredo Dagnino Guerra es jurista.
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