Editorial ABC

El agravio de la España olvidada

La manifestación de hoy es el clamor de esa parte de los ciudadanos que han contribuido con extrema fidelidad a la gobernabilidad de la nación sin obtener nada a cambio

ABC

Miles de personas, representantes y supervivientes de lo que se denomina la «España vaciada», tratarán hoy de escenificar en Madrid su fuerza y su peso demográfico, muy disperso, ante un poder político que sistemáticamente ha olvidado los territorios rurales que habitan. A las históricas demandas de plataformas como «Teruel existe» o «Soria ya», pioneras en la denuncia del abandono del campo español, se suman nuevas organizaciones, hasta noventa, procedentes de otras zonas de España, para mostrar su hartazgo por el abandono institucional y presupuestario, ya crónico, que sufren las áreas menos pobladas del país, un patrimonio de todos que agoniza. No se trata de abrir una controversia sobre qué fue primero, si la gallina o el huevo, si la falta de inversiones públicas provocó el éxodo rural o si, por el contrario, fue su escasa rentabilidad social la que determinó la cancelación de esas inversiones, sino de articular un pacto de Estado para tratar de salvar una gran parte de España que, sin habitantes, sin infraestructuras, desaparece.

Frente a un nacionalismo -vasco, catalán y canario- que durante las últimas cuatro décadas y más allá de sus derivas independentistas ha sabido jugar las cartas de la partida parlamentaria y vender caro su apoyo a los sucesivos gobiernos, de izquierda y derecha, las grandes áreas rurales de la península han confiado en las fuerzas del bipartidismo para trasladar sus demandas al Congreso. Mientras unos exigían la Luna, con muchas posibilidades de conseguirla, el resto, víctimas de un manifesto agravio comparativo, se conformaba con pedir un mínimo de subsistencia que nunca llegó. La traición histórica a los habitantes de estos territorios, de Extremadura a Jaén, pasando por el norte las dos mesetas, es una asignatura pendiente que obliga a todos a responder con responsabilidad y generosidad.

Ha sido precisamente el aparente final del bipartidismo el que ha multiplicado el valor electoral de unas provincias cuyos escasos diputados -simples peones para sumar mayorías durante las últimas cuatro décadas- son ahora decisivos para inclinar hacia uno u otro lado la balanza del poder. Las papeletas electorales de los desheredados cobran un valor creciente en la actual coyuntura política. Lo saben los grandes partidos y también las nuevas formaciones, que se lanzan a la caza de quienes están cansados de escuchar promesas sobre carreteras que nunca llegan y trenes que no pasan. La frustración viene de lejos y los compromisos electorales no resultan ya creíbles. La manifestación de hoy en Madrid no solo supone una señal de alerta social, sino el enésimo toque de atención -quizás el último- de ese gran pedazo de España que ha contribuido con extrema fidelidad a la gobernabilidad de la nación sin obtener nada a cambio.

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