Hughes

Adita Perón

En el argumentario resuenan palabras de Evita o la Kirchner

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Han sido veinticuatro horas de Colau. Tras el mitin de la Caja Mágica, apareció en un «Salvados» dedicado a la pobreza energética y en «Al Rojo Vivo».

El populismo de Podemos no es gorilero, macho, ni de «bunga bunga» berlusconiano, sino un populismo nerd , gafitas, enclenque y estudioso al que Ada quiere añadir sexualidad. «Hay que feminizar la política». Se lo imploró Ferreras, con ese luto que es el luto por los gobiernos que derribará.

Una cara femenina para el populismo. Resuenan aún las palabras del mitin, donde se escuchó el desmedido término «traición» (de las élites). Esto recuerda a Evita Perón y su «Con las cenizas de los traidores construiremos la Patria de los humildes». Los sencillos, los humildes, los decentes. El pueblo, en definitiva. Un pueblo con el que conecta más allá de la representatividad mediante la «empatía». También se escuchó otro hit populista: Somos el amor. «Somos el amor por el otro», decía la Kirchner.

En ese ámbito de ideas, la mujer hace verosímil el elemento ternurista y visceral del movimiento.

Ada Colau además tiene mucho de monjil. Su política es un Cáritas continuado de abnegación asistencial: el hambre, el piso o el recibo de la luz. Hay un fondo religioso que se secularizó, y una aspiración a la homogeneidad espiritual, a la cohesión. Un colectivismo de las emociones en el que la corrección política impone la uniformidad moral.

Colau presumió de haber dedicado el remanente municipal a lo social, e insistió en el beneficio de las eléctricas: subyace una aversión al excedente, al beneficio, a la acumulación; algo muy marxista.

Podemos es un populismo sin pasado ideal. No hay una Roma, ni un Bolívar. Sólo la República como vaga ensoñación, lo que refuerza la tesis de su naturaleza importada sobre un estrato mental franquista.

Ese populismo estudioso y palabrero de Iglesias y Errejón, para hacerse más orgánico necesita el calor, lo cordial y palpitante de la mujer. Colau, además, le otorga, por fin, un discurso nacional: unidad en la ruptura con el argumento de la nueva «fraternidad». Para eso toca a la puerta de Madrid, pero un Madrid berlinés o «regionalés» que sea parque temático de lo plurinacional.

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