José María Carrascal - Postales
El adiós de Obama
Fue un discurso de despedida en el que defendió lo conseguido, pero fue también un discurso electoral
El martes, Barack Obama pronunció su último discurso «Sobre el estado de la Nación» ante un Congreso que le aplaudió ruidosa y unánimemente, unos por convicción, otros porque se iba. Lo hizo con sus mejores artes retóricas, que tienen tanta demagogia como moralidad. El demagogo dice aquellas mentiras que el pueblo quiere oír. El moralista dice aquellas verdades que el pueblo no quiere oír. Fue un discurso de despedida en el que, como podía esperarse, defendió lo conseguido en sus dos mandatos, pero fue también un discurso electoral en la campaña ya en marcha para elegir a su sucesor. Superando a todos los pronunciados hasta la fecha por demócratas y republicanos. Diría que fue también la réplica al catastrofismo que viene predicando Donald Trump.
A los que dicen que Estados Unidos es un país inseguro, acosado y débil, les contestó que sigue siendo, con mucho, el más fuerte del planeta, con fuerzas en todos los continentes y navíos en todos los mares, gastando en Defensa más que los ocho que le siguen juntos. A los que dicen que está empeñado hasta las cejas, con una economía tambaleante, les advirtió que ha dejado atrás la crisis, que ha creado 14 millones de puestos de trabajo en los dos últimos años y ha reducido tres cuartos de su déficit . A los que dicen que está perdiendo la batalla contra el terrorismo les recordó a Bin Laden y los 10.000 ataques aéreos contra Estado Islámico que le han hecho perder parte del terreno conquistado. Y a los que dicen que ha perdido la delantera científica les apuntó el Silicón Valley y los descubrimientos médicos casi diarios.
Pero junto a tan gloriosas perspectivas Obama reconoció pesaroso, primero, que el mundo es hoy más peligroso que ayer y que los Estados Unidos no pueden ya imponer su orden en este planeta. Pueden sólo ayudar a quienes están dispuestos a ayudarse a sí mismos. Y segundo, lo que más le duele : que «el rencor y la sospecha entre los partidos hayan crecido en vez de disminuir», es decir, no haber alcanzado la suficiente unidad interior para resolver los nuevos problemas a los que nuestro planeta se enfrenta, desde el cambio climático al terrorismo, desde la educación a las diferencias cada vez mayores entre pobres y ricos, desde la emigración al control de armas, desde la hostilidad creciente entre izquierda y derecha al enfrentamiento entre culturas y religiones, que llega en algunos casos al choque armado.
Pero Obama no sería Obama si no prometiese, como hizo, seguir luchando por todo ello en el año escaso que le queda como presidente, por más «pato cojo que sea», para que los Estados Unidos continúen siendo el país de las oportunidades, de las libertades, del optimismo, de la esperanza para sus ciudadanos y para los del mundo. Es en lo único que republicanos y demócratas coinciden con él. En el resto, lo colocan, respectivamente, entre sus mejores y los peores presidentes. El juicio definitivo lo dictará la Historia.