Tribuna abierta

Cuando lo disruptivo en Cataluña es hablar de España

«En la Cataluña debilitada por los excesos del independentismo, sigamos trabajando para normalizar la idea de España»

Adam Casals

Cuando Jordi Pujol ordenaba esconder las ‘esteladas’ que los jóvenes de las juventudes de Convergencia lucían en los mítines, su socio era la Unió Democràtica de Duran i Lleida, miembro del Partido Popular Europeo y candidato a socio natural del PP español. Eran los tiempos del llamado ‘oasis catalán’ y quizás por ese motivo las conversaciones secretas, que las hubo y en Sitges, no llegaron a buen puerto. El plan, crear una franquicia del PP en Cataluña, inspirada en una CSU bávara o UPN navarra; un partido con un compromiso firme del catalanismo moderado con la unidad de España y con Europa -sin prejuicio de los rasgos diferenciales-; una ‘mélange’ que debiera llevar al PP a ser relevante en Cataluña y por ende acercarlo a la gobernabilidad nacional. Como cuadratura del círculo, se habrían frenado la radicalización de Convergencia, la polarización en el conjunto de España, y acercado el país a la centralidad. No salió bien; se normalizó la noción de «independencia» y UDC acabó extinta.

He podido explicarme en ABC y contar por qué «me bajé del carro» y dejé de ser delegado de la Generalitat en Austria. Llevo tiempo publicando en medios españoles e internacionales mi disgusto con la deriva independentista, un ‘modus vivendi’ que defiende una idea que no representa a la mayoría, a la que nadie sabe cómo llegar, ni pretende hacerlo; un constante brindis al sol mientras Cataluña se empobrece y se acerca a la irrelevancia económica, como denuncia el Círculo de Economía. Hablando con Josep Cuní, Pere Aragonès resaltaba los acuerdos de ERC con la CUP. Mantiene la llave de la gobernabilidad una de las formaciones más radicales del panorama político español. Como ejemplo, la entrega a los anticapitalistas de la presidencia de la comisión parlamentaria encargada de revisar el modelo policial catalán, marcado por la tibieza ante el incremento de la violencia. Además, nefastos gestos simbólicos como la presencia de destacados líderes independentistas en una manifestación a favor de los presos de ETA, ignorando el dolor que la banda asesina sembró durante décadas, también en Cataluña, con puntos álgidos en su barbarie como Vic e Hipercor.

Javier Caraballo hablaba de «la (no) presencia del Estado en Cataluña», del rechazo a la presencia del Rey -en tanto que Jefe del Estado-, del interés en «laminar toda señal, todo símbolo del Estado en Cataluña». Sin embargo, si Barcelona fue capital del modernismo -y la Sagrada Familia de Gaudí su símbolo más universal-, fue porque el Estado aprobó el Ensanche de Cerdà, en contra del deseo de los barceloneses de antaño. Si el mayor período de progreso y libertad de la historia vino coronado por unos Juegos Olímpicos -la ciudad y el país vivieron de ello durante décadas- fue porque el Estado entendió los beneficios para el conjunto y abrazó esa idea de forma entusiasta. ¡Y luego está el Barça! Ciertamente, lo disruptivo es hablar hoy de España en Cataluña. Olvidan que lo mejor que hemos hecho, lo hicimos juntos. Sigamos trabajando para normalizar esa idea de España, llamada a contribuir a devolver el progreso y la libertad a uno de sus motores, la Cataluña parte esencial del conjunto, ahora debilitada por sus propios excesos. Ganaremos en prosperidad, estabilidad, y también es bueno decirlo, viviremos más tranquilos.

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Adam Casals es experto en geoestrategia y asesor en relaciones internacionales

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