Los activos de la España real
Conocer y defender la realidad de nuestra nación es una obligación moral, empezando por su estamento político, responsable último de la desmoralización que alimenta sus estrategias
Las imágenes de los ganadores del Gordo del sorteo extraordinario de Navidad circularon ayer por medios y redes sociales como expresión gráfica de la ceremonia anual que cada 22 de diciembre concentra y articula en la misma dirección -una vida mejor, libre de cargas- los anhelos de los españoles, rara vez coincidentes. Prólogo de una Navidad desacralizada y cuyo significado cristiano ha sido sustituido por el de una fiesta vacía de contenido, formateada para la era de la globalización, el sorteo de ayer proyecta la idea de una nación que aún es capaz de celebrar de forma desinhibida su tradición y de reconocerse en una de las señas que mejor definen su identidad. En días como ayer reaparece esa España real, habitualmente callada, que se conjura contra el pesimismo, el desestimiento y la conflictividad que de forma sistemática difunde su clase política, una rebelión pacífica con la que viene a subrayar su confianza, compartida de norte a sur, derivada de su conocimiento del medio y ajena al mecanismo de un sorteo navideño que paradójicamente deja más perdedores que ganadores y que cada año hace de la frustración un motivo para seguir adelante. Es esa España real -oculta bajo la crisis política, económica o social que propalan y amplifican, cuando no provocan, sus representantes políticos- la que reivindica sus mejores valores y se integra en una multitudinaria manifestación que, sin pancartas, saca a la calle su confianza en una nación que no se construye con sorteos extraordinarios, pero que comparte algo tan necesario y olvidado como su ánimo y su autoestima.
España no es el país que el Gobierno pone a la venta, abaratado, en su infamante mercadillo ambulante, ni el purgatorio que trata de despachar un radicalismo que a izquierda y derecha ignora la virtud de la moderación y de manera premeditada deforma la realidad para utilizarla como reclamo de sus planteamientos contra el sistema. La España real no se avergüenza de su pasado y conserva intacta su buena memoria histórica. La España real valora el bienestar alcanzado en las últimas décadas y contribuye con su esfuerzo a una de las economías más potentes de Occidente, capaz de asumir sacrificios y de recuperarse en tiempo récord de las peores crisis para conservar sus servicios sociales y universalizar una calidad de vida que, junto a sus estándares democráticos, la sitúan en cabeza del mundo civilizado. La España real también juega a la lotería, y sabe quejarse de las deficiencias de un modelo siempre imperfecto y cuya mejora es tarea de todos, pero esa misma España representa el mejor activo para seguir avanzando. Conocer y defender la realidad de nuestra nación es una obligación moral para todos, empezando por su estamento político, responsable último de la desmoralización que alimenta sus estrategias.