Editorial ABC
Aconfesionalidad, pero también respeto
La fe va por dentro, pero la Iglesia define una forma de vida que en España se aprecia en la educación, la asistencia social o la cultura
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Aunque algunas hermandades comenzaron a hacer estación de penitencia el pasado Viernes de Dolores, es la jornada de hoy, Domingo de Ramos, la que marca el comienzo de una Semana Santa que a través de sus pasos procesionales proyecta un sentimiento religioso que el resto del año no suele trascender el umbral de la intimidad. Es lo que corresponde a una sociedad que ha sabido separar el ámbito público del privado y, siguiendo la máxima del Evangelio de Marcos -«al César lo que es del César»-, vivir la fe dentro la aconfesionalidad de un Estado que, sin embargo, está obligado a reconocer las dimensiones y el calado del hecho religioso que vertebra a los españoles, cimiento de su cultura y civilización. Nadie pide a las instituciones públicas que tomen partido, hacia uno u otro lado, para lo bueno o lo malo, en una manifestación que ha de permanecer circunscrita al ámbito más personal, pero sí respeto, al menos el mismo que demuestran hacia credos marginales. La fe va por dentro, pero la Iglesia define una forma de vida que en España se aprecia en la educación, la asistencia social o la cultura.
La aconfensionalidad del Estado ha de considerarse una conquista social, pero nunca la excusa de la ofensiva laicista que suele marcar la gestión de la izquierda cuando llega al poder. Heredera de la persecución religiosa del siglo pasado, ese ataque -ahora inmaterial, ejecutado desde el CIS a los medios públicos de comunicación, pasando por la escuela, cuando no por normativas del más variado espectro- se basa en la trasnochada identificación del cristiano con el votante conservador y en la confusión de fe e ideología. Nada hay más liberador y progresista, sin embargo, que el Evangelio. Respetar a los fieles es una obligación, cívica y política, de un Estado que no ha sabido evolucionar al paso de los creyentes.