Luis Ventoso
Acelerados
Para lo bueno y para lo malo internet ha liquidado la vida lenta
El «Día de huevo rodado de Pascua» los presidentes de Estados Unidos abren al público una pradera de la Casa Blanca, que se convierte en campo de juegos y ocasión para que los mandatarios luzcan campechanía. El momento estelar es una carrera en la que los niños competidores hacen rodar huevos con enormes cucharas a modo de stick de hockey (no sé cómo acabaría algo así en La Moncloa, tal vez con Mariano recibiendo algún cucharazo de un vástago podemita en reprimenda por el diabólico «austericidio»).
A Obama, soberbio actor, le flipan estas efusiones populares. Además las borda, y más ahora que es «un pato cojo», un presidente de salida. Barack apareció en modo informal, remangado y en camisa de cuadros, con su mujer a su lado, ambos con sonrisas desbordadas. Rápidamente se acercaron a confraternizar con los visitantes, que aguardaban tras una vallita verde. Viendo las imágenes, reparé en un detalle: todos los visitantes grababan a Obama con sus móviles, en lugar de mirar la escena directamente con sus propios ojos y disfrutar del privilegio de saludar a su presidente. Solo cuando Barack ya se les venía encima, apartaban el móvil un instante para chocarle la mano, pero ávidos por volver a grabar. Les importaba más tener una constancia digital de un momento único en sus vidas que experimentarlo con sus cinco sentidos. Con alivio constaté que entre el público había una persona que miraba atenta y sin grabar. Era un chico con síndrome de Down.
Luego Barack y Michelle se fueron a leerle un cuento a un grupo de niños. El muermo se apoderaba claramente de los pequeños, que se revolvían inquietos y cuchicheaban entre ellos. Solo cuando los Obama se pusieron de pie y empezaron a cantar y bailotear se animó la cosa. A esos niños, nacidos en internet, el libro les resulta estático, frío.
El periodista británico Robert Colvile ha escrito un libro curioso que se llama «La gran aceleración». Resumen: el mundo va a toda pastilla, todo se hace más rápido que antes. Hay datos sorprendentes. Los pollos de granja crecen cuatro veces más deprisa que hace 50 años. Desde comienzos de los noventa hasta 2006, la velocidad a la que caminamos en Occidente aumentó un 10%. Las películas y los libros se esfuman mucho antes de cines y librerías. En 1960, los estadounidenses dormían entre ocho y nueve horas, a principios de este siglo la media había caído a siete. La subcultura de internet nos ha sumido en la intromisión constante (por voluntad propia y también con muchas ventajas). La pantalla suplanta a la vida. ¡Es la vida! Los problemas de déficit de atención aumentan. La existencia aburre si no pitan el guasap, el tuiter, el istagrán y los correos. Curiosamente, Colvile es optimista, concluye que en conjunto la gran aceleración es positiva. Comparto su punto de vista. Pero aun así… ¿Cómo no añorar aquella vida lenta que los de mi generación todavía conocimos? Un mundo donde las personas utilizaban el teléfono, pero no eran todavía un teléfono. Donde se llegaban a escribir -qué cosas- cartas de amor. Iban a mano. Tardaban días en alcanzar su destino. No eran tan rápidas como un tuit. Pero de alguna todavía recuerdas hasta su aroma…
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