Tribuna Abierta
Prestigiar la política
Hoy la democracia es rehén de los partidos, sus cúpulas pretorianas, y si esta premisa es válida, ¿por qué y cómo lo hemos consentido? Crisis institucional, colapso por sus entrañas morales, crisis de la democracia. Por pasividad, conformismo, por complacencia y ausencia de crítica
Frente a la mediocridad, ejemplaridad. Frente a la indiferencia, compromiso. Ante la ciénaga, convicciones morales e interés por lo público. Prestigiar la política, la vida pública. Tomo esas dos palabras, prestigio y política de una mujer que fue un símbolo, y lo es, de dignidad, de lucha, de compromiso por las libertades, la democracia y España. Así terminaba una conferencia que el pasado miércoles ante un Aula Magna llena de alumnos y profesores, María San Gil dirigía a corazón abierto a cientos de alumnos que no vivieron, conocieron y testimoniaron años de plomo en medio de una socialización del terror total. Para muchos de nosotros ese nombre evoca una memoria de lucha titánica y casi en solitario frente a la violencia asesina de Eta y el entorno irrespirable e insoluble del mundo radical de Batasuna y sus epígonos que la han ido sucediendo. Todos los alumnos presentes no habían nacido cuando Eta asesinó en 1995, un 23 de enero, a Gregorio. Para mi generación, era Gregorio, Goyo. No hacía falta añadir siquiera su apellido, Ordóñez. Hoy Eta parece que queda muy lejos, como también solo pensar que un día asesinaban a quién no pensaba igual, o quería su apartheid imaginario y ensangrentado. La hidra sangrienta asesinó a 858 personas. Primero guardias civiles y policías, luego militares, y después a cualquier persona de la sociedad civil, políticos, periodistas, jueces, profesores, funcionarios, etc., sembrando el dolor y el terror. Sin arrepentimiento. Ufanos de sus atrocidades, aplaudidos por algunos, silenciados por muchos mientras la atmósfera se hacía insoportable para los más débiles, los que decidieron irse y exiliarse de su propia tierra, país.
Hoy esta mujer destila paz, una mirada de profunda paz y compromiso, cristalina, donde la palabra olvido no existe, y donde el horizonte incardina en sus cuatro puntos nuevos cardinales llamados memoria, dignidad, justicia y verdad. El testigo político ha pasado a otras generaciones. Exhortó a los alumnos a ese compromiso por la libertad, por la política, por su prestigio. Y lo hace muy conscientemente, sabedora como es, por los malos momentos que pasa la apreciación social de los políticos, espejo, reflejo de una sociedad civil. De ahí vienen, nacen, crecen, interaccionan y saltan a ese otro lado donde la poltrona y el coche oficial a veces nublan el pensamiento y la credibilidad.
Vivimos en sociedades abiertas, pero vacías. Sociedades dinámicas, pero anémicas de pensamiento y crítica. Sociedades anestesiadas de interés particular y egoísta. El silencio no es un arma explícita de la lealtad, sí una manifestación. Lealtad y democracia pueden y deben convivir. Pero esta está por encima de aquella. El politólogo británico David Held nos ofreció hasta 11 modelos de democracia.
Hoy la democracia es rehén de los partidos, sus cúpulas pretorianas, y si esta premisa es válida, ¿por qué y cómo lo hemos consentido? Crisis institucional, colapso por sus entrañas morales, crisis de la democracia. Por pasividad, conformismo, por complacencia y ausencia de crítica. La democracia no es un oficio. Los partidos han recortado sus alas, partidos de notables, partidos piramidales. Volvamos a las bases, a la piel, al pegamento político en la calle.
¿Dónde está el político?, ¿podemos cambiar la democracia de la calle por la democracia de las urnas? Dinamicemos la vida interna de los partidos políticos, comportamientos, discursos, hechos y formas de actuar, rompamos con inercias, con cadenas de jerarquía e imposición. Abramos la política a la sociedad, al debate, lejos de canibalizarla. No es la panacea, pero es el comienzo del cambio. De nada sirve si no somos conscientes siquiera de que hay que cambiar demasiadas cosas en un sistema político colapsado, abúlico y acrítico. Menos hieratismo de las ejecutivas. Regeneración, sí, regeneración moral de la vida pública española. Liderazgo, fortaleza, convicción, credibilidad y responsabilidad. Menos mercantilización de la vida política. Volvamos al ideal de lo público, del civismo, de la cultura cívica, del viejo ideal republicano, res publicae, republicanismo que se ocupa de lo público. Son muchos los que se sienten profundamente decepcionados con los políticos, el sistema.
Es el síntoma de la erosión de la confianza y la credibilidad. No hay líderes en estos momentos. La corrupción ha hecho estragos, su permisividad y aceptación por la sociedad, un cáncer. Propuestas, decálogos de ideas, iniciativas, diálogo. Encauzar la sociedad civil, al mismo plano que otros actores políticos y públicos. Despertemos como sociedad, con un latido de dinamismo, de compromiso. Nuestros jóvenes no quieren ser antisistema pese a que algunos políticos los han tachado de tales, incluso de golpistas. No hay más ciego que el que no quiere ver aun viendo.
No es hora del reproche mutuo, la indiferencia hiriente y mordaz. Tenemos que cambiar. El hoy requiere el mañana y este no es nada sin el hoy, incluso ayer. Abramos puertas y ventanas. Cercanía, credibilidad, compromiso, confianza, coherencia, capacidad, competencia. Devolvamos la ilusión a la ciudadanía, a la política y lo público, no ahoguemos la vitalidad, la autocrítica, la renovación, no solo de personas, también de ideas, soluciones, proyectos.
Falta inteligencia, compromiso y, sobre todo, credibilidad. Pero estas son vacías palabras. Indiferencia, desprecio, soberbia, demagogia, son, por desgracia, realidades bien tangibles y comprobables. Las mismas que han desafectado a muchos, que han desilusionado, descreído y alejado de lo público y lo político.
Ejemplos como el de María San Gil con su testimonio de compromiso y valor, dignidad y ejemplaridad hacen que la política tenga sentido, y que todo lo que hicieron como ella, muchos frente a los enemigos de la libertad y la democracia, tiene y tuvo sentido.