Editorial ABC

Sánchez celebra su normalidad

A la indiferencia por tanto daño causado y oculto se suma la desfachatez a la hora de celebrar su política de subsidios y de evitar cualquier mención a los ajustes que habrá de acometer para cerrar la hemorragia de la deuda

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El presidente del Gobierno cerró ayer su ciclo de mítines televisivos -veinte en total- de la misma manera que comenzó la serie, sin asomo de autocrítica, sin reconocer sus errores y sin asumir su responsabilidad política y personal en la más grave crisis que ha afrontado España en el último siglo. Pedro Sánchez se camufla en el paisaje internacional del Covid-19 para esconder las atroces singularidades de la tragedia española, con una cifra oficial de muertos que ha sido adulterada a conveniencia de parte y con un porcentaje de contagios entre el personal sanitario, desprotegido y abandonado a su suerte, que sitúa a los centros hospitalarios en el epicentro de la cadena de infección. Sánchez nunca va a reconocer sus faltas y sus mentiras. Al contrario, vuelve a presentarse ante la opinión pública como el mesías de España, «orgulloso -afirma- de lo que hemos conseguido». No es nueva la falta de humildad del jefe del Ejecutivo, capaz de falsificar la realidad de un desastre de dimensiones épicas para presentarlo como un éxito colectivo que sin pudor vindica como propio.

A la indiferencia por tanto daño causado y oculto, hiriente para una sociedad que merece un mínimo de compasión, se suma la desfachatez a la hora de celebrar su política de subsidios y de evitar cualquier mención a los ajustes que habrá de acometer para cerrar, de la mano de la UE, la hemorragia de la deuda. Todo es impostura e instinto de supervivencia en Pedro Sánchez. Quien ahora pide unidad y aboga por la convivencia es el mismo que se sirve de Unidas Podemos para enfrentar a la sociedad, el que persigue a los desafectos, el que compra favores, el que se sirve de los poderes del Estado, el que rechaza la transparencia como método de control político y el que considera cualquier crítica parlamentaria como un ejercicio de fascismo. No es ese el homenaje que merecen tantos miles de muertos.

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