Editorial ABC

Normalidad y responsabilidad

Si la tarea sigue siendo colectiva, Pedro Sánchez debe dejar de comportarse de modo tan cínico porque su gestión ha provocado un cataclismo, no un éxito

ABC

Desde hace unos días, España ha entrado en una etapa desconocida de nuestra historia. Después de casi cien días de estado de alarma, los ciudadanos hemos accedido a lo que Sánchez ha definido pomposa y absurdamente como «nueva normalidad», y es notorio que la letalidad del virus carece de la capacidad destructiva demostrada en marzo y abril. Pero siguen existiendo contagios y rebrotes sencillamente porque el coronavirus no ha desparecido, ni lo hará hasta que existan un tratamiento solvente y una vacuna segura. Por eso, la perspectiva sanitaria que afronta España sigue siendo preocupante. No hay experto, virólogo, médico, sanitario o microbiólogo que no crea que en otoño podrían reproducirse tasas más elevadas de contagio y mortalidad. Por eso, y para evitar males mayores con un virus que es un gran desconocido, conviene apelar a la responsabilidad individual y colectiva y cumplir las recomendaciones de las organizaciones internacionales de salud. España es un país eminentemente turístico, y el verano invita al exceso festivo, a descuidar las distancias y a participar de celebraciones, especialmente en las playas. No es de recibo que los ciudadanos olviden la magnitud de la tragedia vivida, la muerte de más de 40.000 personas, el colapso de nuestros hospitales y la encomiable dedicación del personal sanitario. Arrojar todo por la borda no tendría sentido, más aún cuando la cautela es esencial para no agravar aún más la recesión a la que nos enfrentamos. Cualquier imprudencia puede amplificar los focos de contagio y conminar al Gobierno a imponer confinamientos selectivos, que serían comprensibles. Pero eso nos haría frustrar la recuperación.

Sin embargo, no todo puede ser exigir responsabilidad al ciudadano porque el Gobierno parece ser el primero en no haber aprendido las lecciones de esta pandemia. No solo llegó tarde en marzo, sino que después Pedro Sánchez no ha asumido ni un solo error, ni una sola autocrítica, ni un solo defecto. Además, Moncloa se dedica a suavizar preventivamente el eventual daño que pueda causar una segunda oleada vírica. Nadie sabe, ni siquiera Sánchez aunque pretenda hacérnoslo creer, si los brotes de otoño serán «de menor intensidad y magnitud», como presume. Su palabra no tiene valor y la muestra evidente es que el Gobierno aún se niega a reconocer la cifra real de fallecidos que sí consta en el Registro Civil, en los listados de las empresas funerarias, en las nóminas de las residencias de ancianos y, sobre todo, en el corazón de sus familias. Sánchez debería asumir que manipular, pervertir las estadísticas oficiales, y vivir a base de decretos y demagogia es mentir. Si la tarea sigue siendo colectiva, Sánchez debe dejar de comportarse de modo tan cínico porque su gestión ha provocado un cataclismo, no un éxito.

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