Editorial ABC
Londres no tiene nada que celebrar
La ruptura ha abierto una herida que no existía y que conviene no ensanchar
A las doce de esta noche el Reino Unido dejará de ser miembro de la Unión Europea, después de 47 años participando en la construcción del proyecto político y económico más importante de la historia reciente. Se trata de un momento de tristeza para todos los europeos, que estas décadas hemos convivido de buena fe con quienes a partir de ahora serán ya ciudadanos de un país tercero, y por ello hay que considerar los festejos que algunos han programado en Londres como manifestaciones obscenas que no presagian nada bueno. El nacionalismo, cualquier nacionalismo excluyente y separador, es esencialmente malo, y esto es algo que precisamente los europeos no necesitamos probar, porque lo hemos sufrido reiteradamente y bajo distintas fórmulas a lo largo de la historia.
Aunque los ciudadanos no apreciemos cambios en los próximos once meses, la ruptura ha abierto una herida que no existía y que conviene no ensanchar. Precisamente por esto es tan importante mantener la serenidad durante las negociaciones para establecer una nueva relación, fase que se abre este lunes y en la que las dos partes van a trabajar en la defensa de sus intereses, ahora separados por el populismo barato que promovió esta catástrofe. Para la UE es esencial mantener la unidad sobre la integridad del mercado único, en la línea de lo que convinieron ayer el negociador jefe Michel Barnier y el presidente del Gobierno. Las presiones que sin duda desplegarán los británicos pondrán a prueba esa cohesión, y es esencial para la UE contrarrestarlas y dejarlas sin efecto. El Brexit no es beneficiosos para nadie, pero resulta prioritario que la realidad demuestre que el resultado es peor para los que han decidido abandonar la Unión que para quienes pretendemos seguir en este ilusionante proyecto.