Editorial ABC
Feminismo ultra contra la mujer
El monopolio ultrafeminista no hace justicia al feminismo histórico, ni ayuda a la causa, que aún tiene motivos para ser reivindicada, porque sigue existiendo discriminación hacia la mujer en sectores de la vida profesional y económica
La exasperación feminista que impulsa la izquierda está suponiendo una desviación del feminismo, entendido como el movimiento histórico por la igualdad de oportunidades y derechos entre hombres y mujeres. De este planteamiento, absolutamente justo y legítimo, la izquierda ha pasado a un activismo en el que la condición feminista es la herramienta de un movimiento ideológico contrario a la democracia liberal y las garantías del Estado de Derecho, especialmente la presunción de inocencia del hombre.
Las coreografías callejeras contra el «Estado opresor» y la criminalización general del hombre reflejan un estado de crispación inexplicable en sociedades desarrolladas y democráticas como la española, que cuenta con una de las legislaciones penales más duras de Europa para proteger a la mujer. Pueden ser anecdóticos esos pasacalles previos al 8-M, pero acompañan iniciativas políticas y legislativas que dan cuerpo a dislates jurídicos. Por ejemplo, el anteproyecto de ley de Libertad Sexual es una declaración de intenciones -nada que ver con algo digno de llamarse ley- de todo cuanto se esconde en el ultrafeminismo militante de un sector del Gobierno socialista. Desprecia el concepto mismo de ley, vulnera el papel del Derecho en una sociedad democrática y ahoga en inseguridad jurídica la relación entre hombre y mujer. Todo ello debido, además, a la simple táctica de inventarse una España opresora de la mujer e imperio del patriarcado.
El 8-M que hoy se celebra puede ser el más divisorio de la historia. Por un lado, está dividido el Gobierno de Pedro Sánchez, por más que le pongan tiritas de urgencia con reuniones impostadas. El proselitismo de Pablo Iglesias y los suyos (y suyas) se ha comido ideológica y tácticamente al sector PSOE del Ejecutivo en asuntos muy sensibles para la decantación del liderazgo en la izquierda. Por otro lado, la dilución del discurso feminista original en un programa de izquierda radical ha forzado a representantes históricas del feminismo a marcar distancias, dejando al descubierto la insolvencia intelectual de sus actuales portavoces. Y es que el feminismo nunca debería ser excluyente. La sensibilidad de todos respecto a la igualdad debe ser máxima y avanzar hacia su cumplimiento exhaustivo es una obligación ineludible.
Ese monopolio ultrafeminista no hace justicia al feminismo histórico, ni ayuda a la causa feminista, que aún tiene motivos para ser reivindicada, porque sigue existiendo discriminación hacia la mujer en sectores de la sociedad. Pero la superación de esta injusticia es imposible si la izquierda aspira a convertir el feminismo en una ideología contra la familia, la libertad individual, la convivencia con el hombre y el Estado de Derecho.