Editorial ABC
El error de sacar rédito de la «guerra»
Sánchez está en el momento más delicado de su vida política, y aun así trata de sacarle partido, pero tanto tacticismo resulta incomprensible y sus explicaciones son insuficientes
El presidente del Gobierno comunicó ayer que solicitará al Congreso autorización para prorrogar el estado de alarma hasta el 11 de abril. Lamentablemente, la medida no era inesperada. Muy al contrario, es prudente, necesaria y acertada, y el Congreso la aprobará sin dificultad. Pedro Sánchez pudo haberlo anunciado anteanoche, durante su interminable monólogo para simular que está al frente de la crisis, pero prefirió hacerlo ayer para volver a acaparar su diaria cuota de pantalla. Realmente resulta llamativo su afán por obtener un aprovechamiento político de esta crisis ocupando casi tres horas de comparecencia pública en menos de un día. Sánchez ya ha recurrido a la vía emocional, a la cercanía y a la sincera exigencia de responsabilidad cívica para lograr la comprensión de los ciudadanos. Y no es reprochable, en la medida en que no hay un solo español que no sea consciente de que es la crisis más compleja que jamás haya manejado un gobierno. Sin embargo, Sánchez sobreactúa. Todos los ciudadanos tienen las emociones a flor de piel desde su encierro forzoso. Todos sufren por miedos propios y por dramas ajenos. En España se ha contagiado más solidaridad que carga vírica, y conviene ponerlo de manifiesto con generosidad, amplitud de miras y comprensión, incluso con el propio Ejecutivo. España está compungida, y Sánchez tiene derecho a estarlo también. Pero en el caso del Gobierno, eso no basta porque le es exigible un plus de eficacia. A fin de cuentas, es Sánchez quien resultó elegido por la mayoría parlamentaria surgida de las urnas. El resto de españoles no ha sido elegido para esa función y tiene total legitimidad para expresar su malestar con su modo de actuar o su manierismo mediático. Sánchez está en el momento más delicado de su vida política, y aun así trata de sacarle partido, pero tanto tacticismo resulta incomprensible, y por eso sus explicaciones son insuficientes.
De sus discursos se concluye que Sánchez, quien en su día apeló a la desaparición del Ministerio de Defensa, ha descubierto ahora para qué sirve el Ejército y por qué debe estar suficientemente dotado presupuestariamente. También se ha apropiado de la digitalización de España a través de una potente red de fibra óptica, que si existe es gracias a la inversión de potentes compañías privadas. Parece que Sánchez acabara de descubrir el país en el que siempre vivió, pero eso es un atavismo exclusivo de la izquierda: pensar que nada existía antes de su llegada a La Moncloa. Sánchez no puede olvidar que el 8 de marzo echó a España a la calle para rentabilizar su obra de ingeniería ideológica, y que unas horas después se cerraron todos los centros de enseñanza. Si Europa está «en guerra», la inmensa desgracia es que su Gobierno, nuestro Gobierno, se haya enterado tan tarde.