Editorial ABC

Datos para la esperanza

Cabe legítimamente preguntarse qué habría sucedido si el Gobierno hubiera implantado antes algunas de las actuales medidas

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En medio de las incertidumbres innecesarias que está creando el gobierno social-comunista con sus anuncios confusos, la realidad que ofrecen los datos de los últimos días sobre la pandemia en España invitan a un muy prudente optimismo. Las cifras de hospitalizados y fallecidos -terriblemente elevadas, en todo caso- han desacelerado su crecimiento desde el viernes y han aumentado las de altas hospitalarias. Los hospitales, en general, sienten menor presión en sus servicios de urgencias y las dinámicas de trabajo de los sanitarios se desarrollan con mayor capacidad de absorción de los nuevos casos de infección. Antes o después, el cierre de actividades no esenciales, el confinamiento de los ciudadanos y la drástica reducción de los desplazamientos tenían que reflejarse en la evolución de esta crisis de sanidad pública. Sin embargo, es necesario esperar a los próximos días para confirmar que esta tendencia es estable y no ocasional, por ejemplo, de un desajuste en el recuento de datos procedentes de las comunidades autónomas.

Cabe legítimamente preguntarse qué habría sucedido si el Gobierno hubiera implantado antes algunas de las actuales medidas, cuando se conocía a ciencia cierta cómo estaba siendo el impacto del Covid-19 en China y, más cerca aún, en Italia. Nunca le faltó al Gobierno de Pedro Sánchez suficiente información científica contrastada para que supiera a qué se enfrentaba nuestro país. Por eso, el mérito de esta pequeña luz de esperanza que se ha abierto en medio de la tragedia es del personal sanitario, de las Fuerzas de Seguridad del Estado y de las policías autonómicas, de las Fuerzas Armadas, de los empleados de los comercios abiertos, de los transportistas y repartidores, de los servicios públicos y privados de limpieza, y otros muchos colectivos entregados en cuerpo y alma a la protección de sus compatriotas. Y también de algunas autoridades, principalmente autonómicas y municipales, que se anticiparon a los acontecimientos en la medida en que se lo permitieron sus competencias y la inacción de un gobierno que, súbitamente, despertó en la noche del 8-M. Ahora, el Gobierno ha vuelto a proponer una medida envuelta en titubeos, con la que quiere aislamientos masivos en instalaciones públicas y privadas de personas contagiadas pero asintomáticas. Al menos, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, confirmó ayer que tal confinamiento sería voluntario, porque hacerlo forzoso excedería los límites del decreto de alarma y constituiría una gravísima vulneración del derecho a la libertad.

El esfuerzo de la sociedad española no está siendo en vano, pero a costa de muchas vidas y de un dolor que será indeleble para miles de familias. Por eso mismo cobra más valor el sacrificio que cuestan estas cifras esperanzadoras de los últimos días, aunque habrá que estar preparados porque podrán llegar nuevas noticias no tan favorables.

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