Convivir con el virus es acotarlo

Con el cierre de La Mariña lucense, efectivo desde la pasada medianoche y vigente hasta el próximo fin de semana, son ya dos las comarcas españolas a las que sus respectivos gobiernos regionales han aplicado medidas de choque y contención para evitar una nueva expansión del Covid-19. Lejos de causar alarma entre la población, decisiones como la adoptada ayer por la Xunta de Galicia resultan imprescindibles para ejercer el control epidemiológico sobre una enfermedad que ha causado ya demasiado daño a la sociedad española y cuya propagación, el pasado invierno, se vio acelerada precisamente por la falta de reflejos del Gobierno -siempre condicionado por sus intereses políticos, sus dogmas de progreso y su programa de festejos y manifestaciones- para delimitar el radio de acción del virus y frenarlo. A solo una semana de los comicios del 12-J, y con el temor a que la desmovilización de unos votantes amilanados por la pandemia altere sus planes electorales, al presidente gallego no le ha temblado el pulso a la hora de decretar el cierre de un área significativa de su comunidad autónoma. Es lo que se espera de un político responsable. Aplazar las decisiones y esperar a que los problemas resulten inabordables, como hizo el Ejecutivo de Pedro Sánchez, solo conduce al desastre, en este caso sanitario y económico.

Convivir con el virus y evitar la parálisis de la sociedad obliga a extremar la vigilancia y a actuar sin contemplaciones, pero con precisión quirúrgica, ante cualquier brote. No se trata de ninguna «nueva normalidad», sino de la normalidad, a secas, la que hubiera sido deseable antes de que España fuera puesta en arresto domiciliario y su economía, en hibernación. Nuestra única opción siempre fue convivir con un virus que, palmo a palmo, ganó todo el terreno que le dio la política, la mala política.