45 días después, el 155

No nos dejemos enredar dialécticamente. Ni es una ley franquista ni ha muerto la democracia.

Marisa Gallero

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45 días más tarde el Gobierno de Mariano Rajoy respondió al asalto secesionista al Parlament con el 155. El presidente cuestionado por no hacer nada, moviéndose como la tortuga de la fábula, un paso atrás de la Generalitat, ha adelantado con calma a la liebre.

Ante el falso mandato de las urnas del 1-O ha respondido con la contundencia que le pedía Felipe VI para asegurar el orden constitucional. Porque el 155 es un artículo de la Constitución, esa norma que pregona Pablo Iglesias que no permitirá que le cambien una coma sin su permiso. No nos dejemos enredar dialécticamente. Ni es una ley franquista ni ha muerto la democracia. ¿O cómo se detiene a una autonomía que ha retorcido las leyes con fórceps para proclamar la independencia aunque fuera solo durante 8 segundos? ¿Seguimos bajo la continua amenaza del presidente de la Generalitat de convocar un pleno para levantar la suspensión? Imagínense la respuesta de cualquier otro Estado.

No seamos ingenuos. Ellos también sabían a qué jugaban. En julio de este año, Joan Tardá contaba la hoja de ruta del independentismo hasta su última consecuencia: «Si inhabilitan el Gobierno de Catalunya, nombraremos otro. Si nos cierran el Parlament, lo convocamos en Monserrat», porque «al final, la democracia siempre gana. Y al final, los protagonistas se sientan en una mesa».

En el terreno de Carles Puigdemont está que se active o no el 155 antes de que el Partido Popular por mayoría absoluta lo apruebe en el Senado, con todas sus consecuencias. Suyo fue el órdago, también pararlo.

45 días después, el 155

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