3.396 okupas

Y nunca se vio nada útil saliendo de ahí

Luis Ventoso

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Aunque las cifras económicas de España llevan tres años estupendos, quien no dormite en una burbuja de Dom Pérignon sabe también de historias amargas, de personas desarboladas por el cierre de una empresa, un ERE o simplemente una mala racha laboral. Lo describía ayer muy bien aquí Pedro Cuartango , cuando contaba con su poso lírico el declive de Miranda del Ebro , antaño pequeña meca fabril. Como todo el mundo, lo he visto también en mi entorno amical: vidas que parecían resueltas se vieron tronzadas por la crisis, con créditos e hipotecas oprimiendo el cogote familiar, con las puertas del empleo súbitamente selladas. No existe desesperación equiparable, sobre todo con hijos a cargo. Una amiga que trabaja en Cáritas nos relataba este fin de semana el rosario de penalidades que atiende, las historias de ciudadanos cabizbajos que llaman a la puerta pidiendo una ayuda que ya no hallan en otra parte. Es la intrahistoria económica que nunca asomó en el discurso de ministros macro a lo Guindos , miopes ante lo micro, poco atentos al detalle de que bajo las curvas de los gráficos respiran personas, a veces muy tocadas.

La vida arrea cornadas inesperadas. En una era urgente, en la que todo es desechable, nadie está a salvo. Pero ante los trances económicos caben dos opciones: el coraje, el «grit», que dicen los estadounidenses; o el abandono en la autoconmiseración, la pasividad y la queja. La primera opción era la de aquellos aldeanos que salían de parroquias ignotas con una maleta de cartón y se lanzaban a prosperar en un mundo que les quedaba enorme. La segunda alternativa es la recreación en la derrota y la renuncia a batallar. Por ahí respira el movimiento okupa, donde nada hay de admirable. He estado en viviendas okupadas en Galicia , Londres, Madrid... Siempre vi lo mismo: un impostado buenrollismo tardo hippy, o post-punky ; «talleres autogestionarios» (que nada gestionan); «laboratorios kulturales» (manifiestamente incultos); camisetas, aretes, roña a paladas y un regodeo en una adolescencia perpetua e indolente, un intento fútil de escapar de las responsabilidades de la edad adulta acampando en las cunetas de la marginalidad. Lo hiriente llegaba cuando había niños de por medio, arrastrados por la molicie de sus padres a un hábitat de provisionalidad, baja higiene y esperanzas marchitas. Un castigo que no merecen.

Ayer se supo que en la Comunidad de Madrid ejercen 3.396 okupas, la mitad con antecedentes penales y vulnerando el derecho a la propiedad privada, uno de los pilares de la civilización. ¿Cuántos de estos altermundistas estarían dispuestos a embarcarse en los pesqueros del Gran Sol ganando un buen jornal? ¿Cuántos aceptarían recoger fresas a los invernaderos del Sur, o conducir un taxi en las jornadas inagotables de la metrópoli, o servir cafés en un bar cuando aún no ha rayado el alba, o chupar frío y canícula en una gasolinera, o cuidar a viejos desvalidos? Kantamañanas de maría, verborrea y litrona, alérgicos a pegar chapa, dan lecciones morales e invaden las casas de personas que se han esforzado para comprarlas. El paradigma Colau frente al de Adam Smith. Pero los clásicos siempre ganan.

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