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McFly éramos nosotros

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Estamos tan perdidos imaginando cómo será mañana que recordando qué pasó ayer. En el fondo somos instante, una piedra que rueda hacia el vacío. Vamos camino del baño en una habitación de hotel a oscuras. El 21 de octubre de 2015 era la fecha que marcaba el Delorean de 'Regreso al futuro'. Entonces creímos que hoy volaríamos en patinetes y que viviríamos en una sociedad avanzadísima y ahí está la gente tomando el metro en hora punta y Cándido Méndez en UGT.

El Delorean de Doc y Marti McFly está guardado en un garaje en Fuenlabrada con los sueños de infancia de tanta gente, y si te montas y pones las manos en el volante, parece que conduces por un cementerio de elefantes.

El condensador de fluzo lo hicieron con una antigua llanta de coche que encontraron en un chatarrero, pero nos dio para volar entre galaxias con el pensamiento. El pasado está hecho de olores y el mañana lleno de objetos. El futuro de entonces éramos nosotros, tan analógicos en todo salvo en el habla, aquellos chavales con parches de balones en las rodilleras del chándal que creían ver el mañana en las espadas de luz, que soñaban con hablar con los demás planetas gracias a los walkitalkies de las primeras comuniones y conquistaban el universo de los marcianitos de la consola Atari. Hace tanto de aquello. ¡Si hasta había delanteros con bigote! Pensábamos que nuestros perros no se irían nunca. Estábamos tan nuevos y tan sin estrenar que el dolor que más temíamos era que nos limpiaran una herida con alcohol o nos dieran un punto de sutura. Dejábamos recado si los amigos no estaban en casa y todos veíamos el mismo programa de televisión al mismo tiempo.

A nuestras madres aún les parece que fue ayer. Cuanto más se aprecia el tiempo, más rápido se escurre, como la sombra que cuanto más persigues, más se aleja.

«Es el montón de imágenes más ingenuo que nos han enviado los Estados Unidos en los últimos años, un bodrio que consterna», escribió Louis Skorecki en 'Libération' cuando el estreno de la película. En realidad, 'Regreso al futuro' contenía un error y un acierto: no se pueden corregir las meteduras de pata de otro tiempo y si los tipos con canas aceleran mucho se les pasan los años como si les hubieran pulsado un botón.

No es desilusión en este octubre real del Delorean. El encierro, un parto, disparar, los treinta. Las cosas no suelen ser como uno las imagina. Qué importa si los patinetes no vuelan si en cambio hay bicicletas con sillas para los críos, alzas en las sillas de los cines, jardineros para saludar, ramas de romero, piruletas, rotuladores, hay churretes de caramelo en la tapicería del coche, pegatinas de Peppa Pig en la tostadora. Qué importan los patines voladores si a Macarena le vuelven a quedar pequeños los zapatos y grita que es Navidad en tarde de agosto.

En un giro inesperado de nuestro propio argumento, el mundo sumó más de tres dimensiones. ¡Hay gaviotas, guitarras, niños y amapolas! Ahora que volvemos a jugar a adivinarle las formas a las nubes y que recordamos las nanas que nos cantaban y que ahora cantamos, el juego de romper el continuo espacio tiempo montado en un coche parece un asunto de aficionados. Marti McFly éramos nosotros y la vida, mejor que el cine.

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