Colón y los atajos de pensar
Actualizado:Hay gente que piensa de Colón hasta que lava muy blanco. Por ejemplo, el alcalde de Cádiz, José Manuel González, se ha acordado de los muertos del Día de la Hispanidad porque en su opinión celebra la masacre, el expolio, el exterminio y la conquista de un pueblo en nombre de Dios. Es curioso que diga esto el alcalde de Cádiz, una ciudad que es lo que es gracias a la masacre, el exterminio y la conquista de fenicios, romanos, árabes e ingleses. Así visto, Cádiz debería pedir explicaciones a París por la mahonesa de los dobladillos y al Consulado de Italia por el garum, las puellae gaditanae y los topolinos del salón italiano de la calle Ancha, que tantas camisas echan a perder con las esquirlas del chocolate y que tanto trabajo dieron a Eutimio. Resulta original que el alcalde de una ciudad que es todo América, como Cádiz, eche pestes del lazo que unió a los dos continentes, pero de alguna manera está bien que lo haga, porque expresa lo que piensa y en esta parrilla de 187 canales tiene que haber gente que piense de todo aunque se equivoque, que yo creo que se equivoca y es probable que la sensación sea mutua.
No creo que ofenda a parte de la ciudadanía de Cádiz, al igual que no creo que el Rey de España ofenda a la parte que no reconoce la bandera cuando acude al desfile militar. A mí no me ofende lo que diga el alcalde Kichi, pues el derecho a decir carajotadas no es mío en exclusiva. Me ofenden pocas opiniones si las piensa uno mismo, pero me molesta el pensamiento de plantilla, que es un recortable que se baja la gente de la red para salir de casa pensado. Si uno es de izquierdas o de derechas, ya sabe lo que tiene que opinar sobre Colón, el aborto, los toros, la banca, el IBEX, la caza de patos, Siria, Venezuela o de Gerard Piqué, y eso hace de este mundo un pastel insípido y malvado como las canciones de Brian Adams, que son peores que el sexo sin ganas.
La sociedad actual está pilotada por tipos que elaboran plantillas con las que mirar el mundo y así no tener que asomarse a la complejidad de las cosas. Emiten mensajes y patrones, como si vendieran tendencias de primavera verano en lo relativo al análisis crítico en lugar de a la moda de baño. Las gafas de género, las gafas del compromiso. Las gafas de carajote. Los atajos de pensar.
Afortunadamente, esto abre un panorama nuevo de posibilidades, pues el no discurrir ni dudar ahorra mucho tiempo. La alcaldesa de Barcelona puede dedicar parte de su día incluso a mandar sobre lo que pueden o no ver los ciudadanos, y ha prohibido una publicidad de un torero ataviado como Dalí, que por cierto era aficionado a los toros y amigo del Marismeño «de las marismes». En un universo paralelo, la simpática Ada Colau es una estupenda presentadora de programas infantiles, un escenario -delante, atrás, arriba, abajo, triángulo, cuadrado, círculo- mucho más a la escala de su capacidad de aprehender el mundo. Ahora ella forma parte de esa nueva política, puede hacer tantas otras cosas que ya se atreve a decir a la gente lo que puede opinar o celebrar, que en realidad es una cosa muy vieja. Como innovación, es un churro. Creíamos que convertir a los ciudadanos en hámsters era patrimonio de algunas derechas. Nos equivocamos.