Yo soy español
Actualizado: GuardarDejamos atrás otro día de la Fiesta Nacional de España, con sus desfiles y sus ofrendas a la Virgen del Pilar, y que quieren que les diga, que sí, que me siento orgulloso de ser español. Me enorgullece porque me gusta mi país. No me da vergüenza, como a otros, su bandera, ni sus símbolos, ni me avergüenza llamarla por su nombre -España- porque mi madre me parió español.
Quizás si hubiera nacido en Australia me sentiría orgulloso de su bandera, de sus koalas y de sus canguros, pero no fue así. Nací en un país en el que su bandera roja y gualda durante muchos años era el símbolo de un gran imperio, donde el sol nunca se ponía.
Me siento orgulloso de su folklore, desde el que tenemos en Andalucía hasta el que se vive en la comarca más remota de Galicia, porque eso es España, sus pueblos, sus culturas, su gente. Esa es la España que me gusta y la que me gusta celebrar todos los días del año, y en especial, cada 12 de octubre, día en el que la Santísima Virgen bajo en carne mortal a Zaragoza.
Esa España que no entiende de colores, ni de ideales políticos. Esa España de camisa blanca de esperanza, que cantara Ana Belén. Esa a la que el canciller Otto von Bismarck calificaba como el país más fuerte del mundo, ya que llevamos siglos queriendo destruirnos a nosotros mismos y todavía no lo hemos conseguido.
Por eso me entra pena cada vez que llega un acontecimiento en el que sentirse orgulloso de ser español. No me refiero a cuando la Selección de fútbol gana un campeonato, o cuando la de baloncesto se alza con la Copa, ni siquiera a cuando Nadal ganaba los torneos en pleno corazón de Francia, ante la irritada mirada de cientos de gabachos que aún no son capaces de digerir la derrota de Napoleón por estas tierras del sur. Ahí sí somos todos españoles. Me estoy refiriendo a aquellas celebraciones en las que deberíamos sentirnos todos orgullosos de nuestro país, de nuestras raíces, de los años de historia que contemplan a la tierra que nos ha visto nacer.
Una pena, porque siempre tiene que saltar el aprovechado de turno para hacerse notar, como es el caso de Guillermo Toledo. Un actor que lo único que me trae al recuerdo es su papel de flojo y caradura en una serie y la 'gran' interpretación de un 'niño melón' en una película que 'ni fu, ni fa'. En ambas ocasiones no creo que echara mano del método Stanislavski para meterse en el papel, ya que no le tuvo que costar mucho. O si no es este caso, pues será el de otros que se avergüenzan de su nación pero que después piden la autodeterminación de una comunidad autónoma, o se marchan a la otra punta de España para participar en un mitin de apoyo a una nación catalana que nunca ha existido como tal.
Y es que mi país es como la casa de una gran familia cualquiera, que bien pudiera ser la mía, la suya o la del que se avergüenza de ser español, en la que siempre hay alguna basura escondida debajo de la alfombra, pero no por ello deja uno de estar orgulloso de su padre y de su madre.
Parafraseando aquella canción de Golpes Bajos tan de moda en la movida, «son malos tiempos para sentirse español».
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