hoja roja

Creer o no creer

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Porque has visto has creído fue lo que le dijo Jesús a Santo Tomás después de que este anduviera por ahí diciendo aquello de que «el que no toca no ve», que fue suavizado más tarde por la tradición en el «si no lo veo, no lo creo» como contraposición a la imagen icónica de la Fe que lleva, como todo el mundo sabe, una venda en los ojos. También le dijo Jesús «dichosos los que creen sin haber visto», que significa más o menos eso mismo que usted está pensando, que «después de visto, todo el mundo es listo» y lo demás es fantasía. Una fantasía que, en términos aristotélicos es la capacidad de hacer presente en la mente algo que ésta no ha percibido previamente, pero que en nuestro mundo tiene connotaciones muy negativas, tal vez porque somos hombres -y mujeres- de poca fe, gente descreída, al fin y al cabo.

Es lo que nos ha pasado con el nuevo puente, a todos. Absolutamente a todos. Demasiados años, demasiado dinero, demasiados problemas, demasiados cambios, demasiados imponderables hicieron que, hasta que no lo hemos visto -y aún así, hay quien sigue teniendo dudas- no lo hemos creído. Tipo 'Pedro y el lobo', ya lo sabe; que se inaugura en 2010, en 2011, en 2012, en 2014. Y de pronto, el martes que viene, el puente, el segundo puente, se llame como se llame al final, empezará a formar parte del imaginario colectivo de esta ciudad.

El proyecto tan politizado y tan mediatizado por los vaivenes económicos de este país no ha conseguido conectar con la sociedad. Nadie se siente identificado aún con él -por no tener, no tiene esos bracitos que cantara Martínez Ares en 'El Brujo', ni siquiera sirve para ir a tomar el sol a Puerto Real-, ni nadie ha visto nada más allá de los tres kilómetros que nos unirán con el Bajo de la Cabezuela. El puente ha ido creciendo a espaldas de la ciudad. De vez en cuando nos advertían de que iba llegando, pero nosotros -acostumbrados a mirar siempre hacia atrás, como si nuestro pasado nos librara de nuestro futuro- no le hacíamos caso. Igual que si no fuera con nosotros. Y ahora, después de visto, salen los listos de turno a vendernos el puente como un icono de la ciudad.

Los puentes unen y ayudan a salvar obstáculos. Dan paso a otras realidades y a otros territorios. Sirven para facilitar el acceso, para entrar o para salir. Y sirven también para identificar a los lugares: San Francisco, Nueva York, Lisboa, Sevilla. Cada puente ha servido para escribir el nombre de estas ciudades por medio mundo.

Al nuestro, lo llama «El puente de las oportunidades» la web oficial. Y habla de oportunidades económicas, turísticas, de infraestructuras, empresariales. Sin embargo no habla de la gran oportunidad que tenemos los gaditanos de convertir el puente en la imagen de la ciudad. Aunque para ello, claro está, tenemos que creérnoslo. Y ya se lo dije al principio, es tan difícil creer sin ver.

Debemos aprender a identificarnos cultural y socialmente con el nuevo puente. Nos va a costar, ya lo sabe. Porque a usted le pasa como a mí y como a media ciudad, que la imagen del puente aún le sabe a paro, a derroche, a abandono, a derrota. Pero hay que ayudar a que el tiempo haga de canal para que deje de ser simplemente una estructura, algo físico, y se convierta en algo sentimental, en parte del paisaje de nuestra memoria, en parte de la ciudad.

No tenemos costumbre de vendernos bien. Debe de ser algo ancestral que llevamos en los genes. Cualquier ciudad con mucho menos ha sabido sacarse un partido tremendo y nosotros, mientras, seguimos contando el tesoro en calderilla. No es por hacer sangre, pero a veces es necesario hurgar en la herida para que la pus destile y evitar así la infección.

Con los dos sarcófagos púnicos más importantes de la península, el teatro romano más grande, el yacimiento fenicio de mayor interés, el conjunto de murallas y baluartes, los castillos, los goyas de la Santa Cueva y hasta con la tía Norica -por poner los ejemplos más fácilmente reproducibles- se habría podido hacer un merchandising magnífico, camisetas, mochilas, sacapuntas, tazas, lápices, bolígrafos. Todo eso que usted se trae de sus viajes. Pero no. Aquí los turistas se pueden llevar de recuerdo el mismo recuerdo que se puede llevar de cualquier ciudad de cualquier país. Nunca me cansaré de decirlo, y me parece que no soy la única.

Hay que creérselo. Creer en un modelo de ciudad, creer en los modelos de la ciudad, creer en nosotros mismos y en todo el potencial que, a diario, malgastamos en lamentaciones. Creer que este puente puede convertirse en la imagen de un Cádiz que no se resigna y que está dispuesta a conjugar su historia en pasado, en presente y en futuro.

El próximo martes, cuando 200 países estén retransmitiendo la Vuelta Ciclista y el nuevo puente con su etérea silueta y sus 180 metros de altura aparezca majestuoso en su televisor, no se conforme -como hacemos siempre- en decir «qué bonito es Cádiz».

Créaselo, aunque no lo vea.

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