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Vivo sin vivir en mí

Yolanda vallejo
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Como la santa de Ávila y sus 500 años, me encuentro en un completo desasosiego, en un vivo sin vivir en mí y no precisamente porque esté a la espera de otra vida que no sea la de siempre, sino porque la programación del fin de semana ha sido -y todavía es- de un muero porque no muero de padre y muy señor mío. Que cuando no quieres caldo lo más efectivo son tres tazas parece haber sido el eslogan de los últimos días, en una ciudad donde la oferta de ocio nocturno brilla en relación inversamente proporcional al número de turistas.

Porque no sé si se habrá dado usted cuenta y si Antonio de María ha hecho ya el correspondiente porcentaje, pero pasear por Compañía o Columela se está convirtiendo este verano en misión casi imposible. Eso, sin contar con el poder de convocatoria que tienen Moret y los chorritos de agua, cosa que nunca entenderé pero que ahí está.

Si hasta hace muy pocos años en la plaza de San Juan de Dios se convocaban los casting para 'Viridiana', hoy se podrían hacer los de 'La Dolce Vita', con Anita Ekberg y todo metida en la fuente, si es necesario. En fin, que me desvío, debe ser porque como le dije al principio, vivo sin vivir en mí.

Y más que vivo, sobrevivo, igual que usted. Porque después de un fin de semana con carnaval de verano, barbacoas del Carranza, mercado andalusí y rosarios y procesiones -todo amenizado con el intento fallido de la huelga de limpieza- está uno como para pedir asilo en el Puerta del Mal, dispuesto a correr todos los riesgos. No es lo lógico, habrá escuchado hasta la saciedad, que toda la actividad veraniega se concentre en 48 horas. No, en efecto, no es lógico. Pero como todos sabemos, la lógica en esta ciudad no es sinónimo de sentido común, precisamente. Pero bueno, ya lo aseguraba nuestro concejal de Participación Ciudadana, Transparencia y Servicios Municipales -vulgo Fiestas-, esto es como «avanzar un paso apoyando ya el pie para dar otro». No especificó, claro está, si los pasos se dan sobre la cuerda floja, pero bueno, como imagen poética no está del todo mal.

A mí, que quiere que le diga, lo de los pasos perdidos me trae un poco sin cuidado. Lo que me inquieta, y cada vez más, es el Mercado Andalusí que lleva la friolera de 17 años celebrándose y curiosamente aún no tiene el título de «tradicional», no sé por qué. O sí lo sé.

La concejala de Turismo y Comercio no habló de tradición, sino que dijo que el Mercado Andalusí era una actividad «atractiva para los numerosos visitantes que desean conocer la cultura de la ciudad»Y la verdad, no hay nada mejor para conocer la cultura de la ciudad que comprarse un poto en el puesto de las plantas o asistir a los espectáculos de «danzas y ritmos de Oriente próximo. Incluye velo, sable, abanicos de seda, bastón y candelabro» -perdone el entrecomillado tan largo, pero me podía mucho-. Eso, por no hablar de las acrobacias «con mástil de cinco metros» tan características de la cultura gaditana.

Insisto, vivo sin vivir en mí, mucho más desde que vi el espectáculo de bolas de cristal y los malabares de fuego. Y aún sigo preguntándome el porqué no hicieron coincidir la procesión que salía de Santo Domingo con alguno de estos espectáculos andalusíes. El impacto en el visitante habría sido mucho mayor.

Aunque para impactos ya tenemos nuestras «tradicionales» barbacoas del Trofeo, que este año han contado con dos nuevos atractivos, 200 metros más de esparcimiento -del verbo esparcir, se entiende- y la acechante y finalmente fallida huelga de limpieza.

Total, que aunque parecía que las barbacoas estaban ya en fase terminal, parece que se trata de una mejoría -tal vez la mejoría de la muerte-. Es innegable y evidente. Este año he vuelto a ver anunciados los «lotes trofeo» de pitraco y eso que prácticamente había desaparecido y que quizá ahora habría que llamar «oferta gastronómica» de las barbacoas, pero no puedo, sinceramente.

Porque pienso en Juan Ramón y en el «inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas» y me dan ganas de llorar. Carnaval en verano no es carnaval, a pesar de que lo vendan como «atractivo turístico de primer nivel». Y aunque sea una iniciativa muy buena y tal vez necesaria, hay que cuidar mucho todavía la imagen que se pretende dar, porque a lo mejor -o peor- ese efecto llamada del que hablaba el concejal se convierte en un «para esto, ni se te ocurra ir a Cádiz».

Lo curioso de este fin de semana y lo único que no han publicitado como paquete turístico es la conjugación perfecta del verbo gaditanear: Cádiz, Carnaval y Cofradías. Como una gymkhana hemos estado desde el pasado viernes.

Del Rosario del Poder Divino al Betis, del Betis a los Guatifó; del los Guatifó a Servitas, de Servitas al estadio, del estadio a la virgen del Amor Hermoso, de allí a la playa -¿a la playa? no- de allí a los comefuegos y de los comefuegos nuevamente al Rosario de la Virgen de la Victoria como colofón esta noche a un fin de semana gaditanísimo, un fin de semana de locos.

Lo sé. Lo lee y se cansa. Pero no solo físicamente; le cansa el pensar que todo lo que hacemos, lo hacemos igual.

En fin, no se martirice.