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Algo de qué hablar

| yolanda vallejo
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Adoro la televisión en verano por dos motivos esenciales. El primero, como ya sabrá usted, es de tipo sentimental; me fascinan desde hace mucho tiempo la comida basura, la televisión basura, la literatura basura, la música basura, el cine basura y la política basura. El segundo motivo tiene un marcado carácter intelectual -¡oh cielos!- que ahora mismo le explico; Manuel Vázquez Montalbán, que fue gurú de la telebasura sin saberlo, decía que cuando los españoles no tienen de qué hablar, hablan de televisión. De hecho, mientras hemos estado entretenidos con los ayuntamientos y esas cosas chungas, por la televisión han pasado cosas maravillosas que a usted y a mí se nos han escapado. Cosas de ahora, la Pantoja saliendo de la cárcel y entrando en un hospital, su hermano como Rebeca de Winter con las llaves de Cantora en el cinto espiando detrás de las paredes, la duda existencial de si Fortu contrató servicios carnales antes o después de ir a la isla, la gran elección de Manu, -el mejor tronista de todos los tiempos- en MHYV... y cosas de siempre, como los insufribles programas de chistes, Imanol Arias y Juan Echanove comiéndose a España -lo de los programas de cocina es otro mundo, bastante siniestro- y las películas de los años ochenta reconvertidas en cine clásico por obra y gracia del paso del tiempo. Yo adoro la televisión en verano y podría pasar horas y horas hablando con usted de audiencias, shares, parrillas, el polígrafo de Conchita y todo eso. Alguno me lo agradecería, además. Pero resulta que tenemos un Ayuntamiento que no nos lo merecemos y que está dispuesto a dar noticias por encima de todas las noticias. A coste cero, a costa nuestra.

Me acuerdo, y mucho, de los 417 ingenuos que perdieron parte de su tiempo y de su dignidad enviando un currículum para asesorar lo inasesorable, con la absurda certeza de que eran otros los vientos que soplaban. Tan solo se requería trayectoria académica, profesional y experiencia en activismo social y a cambio se ofrecía la recompensa de cobrar dos veces el salario mínimo interprofesional. Tan fácil como comprar el cupón de la ONCE, tan difícil como que toque -aunque esto último no lo dijeron-. El proceso «inédito», que fue como lo definieron, se ha resuelto de la misma manera de siempre. Según los seleccionadores, solo 60 cumplían con los requisitos exigidos -¿y el resto de dónde había salido?- y de estos, salieron los elegidos «Sandra, el Perico...» así los fue llamando María Romay y así entraron a formar parte del aparato cuatro militantes -o como se llamen- de la agrupación local. Muy bien. Cada uno se asesora como puede o como quiere. No hacía falta montar el circo para que acudieran las pulgas. Ninguno supimos nunca cómo seleccionaba Teófila Martínez a sus asesores, y tampoco supimos, en la mayoría de los casos, quiénes eran y qué estaban asesorando.

El caso es que estos cuatro consejeros de ahora han sido seleccionados, según el alcalde, «en base a criterios de capacitación técnica y confianza política». Normal, por otra parte. No iban a seleccionar a Paquito el del Mentidero o a Jorge Moreno, por poner un ejemplo, digo yo. Gente capaz y de confianza, es lo lógico. No hay que rasgarse las vestiduras ni mesarse los cabellos a lo fariseo. Son sus asesores y es su equipo. No hay más. Otra cosa distinta son las formas, pero bueno, la estructura superficial nunca debe suplantar a la profunda, aunque lo parezca.

Una de las asesoras lo tenía claro desde marzo «Podemos ha nacido para echar a Teófila del Ayuntamiento». La misma asesora que reclamaba desde el patio de Filosofía y Letras el papel vigilante que debían tener los alumnos con respecto al equipo rectoral. Sobre todo por lo de las tarjetas sin fin. Claro que esto fue en diciembre y tres meses después sus intereses vigías iban ya por otros caminos. Pero ahí están las hemerotecas, para devolvernos la imagen vergonzosa de un vicerrector jugando al «me pongo de pie me vuelvo a sentar» mientras los «vigilantes de la opaca» le llamaban corrupto y un Kichi -aún era Kichi- abrigadísimo incluso para diciembre, fumaba tranquilamente ajeno, pienso, a lo que se le venía encima.

Todo lo demás, son ganas de dar que hablar, buscarle tres pies al gato o marear la perdiz, como usted quiera. Ignacio Romaní denuncia los paripés del alcalde con los plenos de verano, cortitos y sin hielo. Mientras, dice Alejandro Varela que la programación cultural estaba gestionada y organizada por el anterior equipo de Gobierno. Solo hubiera faltado que a mitad de junio no hubiesen tenido nada hecho ¿no? Y dice también que este gobierno municipal vive de la inercia, que es una palabra que hemos puesto de moda y que significa «todo lo que ha hecho Teófila y nadie más es capaz de hacer». En fin.

Yo podría haberle hablado de la televisión, o de los millones de más que nos ha costado el puente -o de eso no, que sólo hay que pensar en cómo vivíamos antes- , o de los 3.600 que un gaditano se encontró en un sobre y devolvió a la Policía -eso sí que es inédito en Cádiz-, o de la frase de Alejandro Sanz que lucirá en el Estadio Carranza «Lo malo no es llorar. Lo malo es no saber por qué». El caso es que aquí sí que lo sabemos, y también sabemos que eso no es malo, es peor.