El Artículo 13
Actualizado:@montieldearnaiz
Mi artículo favorito de la Constitución de 1812 es, sin duda, el más literario y utópico de todos al afirmar que el objeto del Gobierno es la felicidad de la nación. Con esa idea de búsqueda de la felicidad de los ciudadanos isleños se presentó en el Teatro de las Cortes de San Fernando la primera alcaldesa de la historia de la Real Isla de León, Patricia Cavada. Elegida por mayoría con el apoyo del andalucista Francisco Romero, la abogada cañaílla tiene por delante un complicado trabajo, bastón de mando en mano, para hacer feliz una ciudad desmadejada, gris y abúlica, en medio de un pleno municipal lleno de opositores esperando la oportunidad para darle un machetazo (o, por imperativo legal, un guillotinazo). Cuando Patricia invocó nuestra felicidad en su discurso de investidura no pude evitar pensar en lo infelices que podemos llegar a ser con un mal gobierno encabezado la persona odiada o la admirada a la que, con el tiempo, quizá revoquemos el ducado de nuestras complacencias.
Como si fuera el día de San Manuel, mis objetivos para este nuevo ciclo político son observar y analizar. Hay mucho que hacer en esta Isla que presumiblemente alcanzará el ansiado «tres en raya» socialista en noviembre (Ayuntamiento, CCAA y Gobierno de la nación) y Cavada lo sabe perfectamente. Los isleños, para ser felices, queremos que nuestros comercios bullan, que se bajen los turistas en los apeaderos del tranvía, que nuestros hijos nazcan en San Carlos, que el Espacio Camarón sea digno y provechoso, que Camposoto sea un referente costero, que el Museo del Mar y los polígonos vacíos tengan uso, que el juzgado se traslade a su nueva ubicación, que Janer se concrete y que la ciudad mejore feliz, en definitiva.
Conozco bien a Patricia Cavada, desde hace tres lustros. Tuvo que hacer mil juicios perdidos de antemano y está acostumbrada a afrontar desafíos. Sus primeras palabras han sido las adecuadas y el fin, esa felicidad que todos añoramos, es lo primordial. Casi treinta años después el PSOE vuelve a gobernar en una Isla, que, desgraciadamente, no es tan distinta de la de entonces: los ciudadanos seguimos soñando, día a día, con que se cumpla ese artículo 13, tan literario y utópico, de la felicidad.