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Peripecias y desventuras de Silvestre Viader

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Creo que el cielo debe ser volver a estar con los amigos. Como soy agnóstico y no creo en el más allá, aunque antes viviera en Valdelagrana, y por si acaso «cuando esté a partir la nave que nunca ha de tornar» la abordaré como Machado, ligero de equipaje pero con una muda de repuesto por si acaso, busco disfrutar aquí y ahora de la amistad. Veo pocas veces a Silvestre Viader, un ingeniero naval que hubo de retirarse en la cincuentena y ya lleva casi diez años jubilado; como todo ingeniero es un arquitecto frustrado y ha dedicado este tiempo a idear un sistema de prefabricación que permite la construcción en seco mediante piezas que se acoplan sin necesidad de ningún tipo de elemento de sujeción.

Una idea realmente genial en esta época durante la cual aún se usa el ladrillo como en los lejanos tiempos del Imperio egipcio de Menfis, hace más de 4.000 años. Silvestre sobrevive con una pensión que no llega a los 2.000 euros; hace poco estuve con Carmen Mankel, una ingeniera alemana de 60 años que acaba de jubilarse con una pensión estatal de 4.000. La comparación ilustra las tesis del economista greco australiano Yanis Varufakis, actual ministro de Finanzas de la República Griega, sobre la falacia de la Unión Europea, la cual más que una unidad política y cultural de sus estados representa solamente un espacio monetario común que controla el Poder Financiero. Entre sus muchos encantos aprecio en mi amigo ese nombre que le emparenta con Silvestre Paradox, el simpático personaje literario de Pío Baroja, y con la versión en castellano del profesor Tornasol, otro sujeto de ficción, éste del universo Hergé, maestro de la escuela franco belga de la 'bande dessinée', que en España llamamos tebeos. Nació en Terrassa, la antigua Égora romana, a veinte kilómetros de Barcelona, y por su frágil estampa le hemos llamado siempre 'El Tarrasilla'.

Disfruté hace poco del Tarrasilla, sentados ambos en La Caleta, todo es preferible frente a la mar y mejor si se trata de esta mágica ensenada plena de evocaciones y de esencia aguda de vida y de luz. Me contó abrumado sus pesares, muy relacionados con la precariedad que ahora padecemos al sur del sur de esa Europa que dominan los banqueros teutones. El Tarrasilla, que siempre fue afortunado calavera, acaba de romper con su enésima pareja, y necesita cobijo pues ha tenido que abandonar el hogar marital. En una ciudad con 4.000 viviendas vacías no hay techo para mi amigo, y se está dejando sus magras percepciones en un hotelito mientras busca en vano por agencias, las cuales reservan ahora los alojamientos para costosos alquileres estacionales que en verano dejan elevados beneficios. El problema específico de una ciudad como Cádiz y de un amigo desvalido remite a otro más general que en toda España resulta alarmante: la ausencia de medidas que garanticen el derecho elemental a un techo adecuado que representa también la negación del derecho a una vida digna. Muchos defendemos la conveniencia de incluir en la necesaria reforma constitucional fórmulas precisas que aseguren los derechos básicos, aunque algunos juristas mantienen que una lectura de los preceptos actuales ya debieran evitar la situación de precariedad que se padece. Para casos como el de mi amigo Silvestre yo he propuesto Hogares de Acogida para personas sin techo que en Cádiz tendrían fácil acomodo en tantas edificaciones vacías como la ciudad contiene.

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