El día sin libro
Actualizado: Guardar@montieldearnaiz
Soy uno de esos rebeldes que no compró un libro el Día del ídem. Dice el CIS que el 35% de los españoles no lee a diario, nunca o casi nunca, por lo que mucho menos comprará un 23 de abril lo último de Pablo Gutiérrez. Lo reconozco, con los libros soy como los que no regalan en San Valentín porque, para ellos, San Valentín es cada día.
El 24A disfruté las calles de Cádiz de la mano de dos aprendices de lectores; si se portaban bien cada uno tendría su libro. Merendaron en La Clandestina -hay un poso de viejo romanticismo olvidado en ese café de letanías literarias- y nos volcamos en la misión-búsqueda de los libros que exhibirían sus nombres propios.
Escalamos la Calle Ancha -con parada obligatoria en Quórum, la librería mágica, como la llaman- y acabamos atracados en la plaza de Mina, donde las raíces de los árboles no tan milenarios me trocaron niños por tranquilidad. Hacía un clima agradable y me senté en una de las terrazas de una de sus cafeterías, armado de un café con leche y un vaso de agua. Abrí el último discurso sobre la vida de Luisgé Martín para descubrir que varias de sus páginas formaban un extravagante tangram, un defecto del libro al nacer que lo condenaba a una vida equivocada, como su título. Sentí gran ira ante ese pequeño rectángulo de Anagrama que pronto volvería a la madre tierra, no sé si convertido en hollín, más hollín enamorado.
Se aproximó entonces un enfático vendedor de la ONCE. Poseía un listado de motes para cada final del número del cupón. Me regaló una fotocopia y sonreí leyéndola como con la última picardía de Manuel Vicent, cuya ironía hiere al necio sin ofenderle porque no la entiende. Mi hijo me ofreció su mano y quiso acompañarme a saludar a Juan Manuel, el librero de Falla, antepasado de Jordi Hurtado. Este, al saludarme, señaló un sensible parecido con mi padre. ¿En qué? -le pregunté-. Él también te traía de la mano a la librería cuando tenías la edad de tu chiquillo -contestó-. Comprendí entonces que esa era la razón por la que, para mí, no existía el día sin libro
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