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Vergüenza

ANTONIO ARES CAMERINO
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La peor vergüenza es la interior, la que uno siente por si mismo o por los suyos. Pensar que solo existe un Ser Humano, sin duda, es bastante simplista. Existen los que se avergüenzan de pertenecer a este género del mal llamado seres superiores, y los que simplemente se siente más cómodo mirando hacia otro lado o los que consideran que la solución no está en sus manos.

La UE, desde fuera, deslumbra más allá del Mediterráneo. Por centenares, por miles se cuentan las víctimas enterradas bajo un inmenso manto azul y salado. Como indefensos incautos han acudido a la luz encandiladora de El Dorado. Tengámoslo claro, nadie viene por ambición, nadie arriesga su vida y la de los suyos por dar un mero salto cualitativo en su estatus social. Simplemente se viene por carestía de lo más elemental. Necesidad en el sentido más amplio de la palabra. Necesidad de lo más básico, de comida, de educación, de salud, de libertad, necesidad de seguridad, por la falta de los principios recogidos en la Carta de Derechos Humanos.

Dice Federico Mayor Zaragoza, director general de la Unesco que «hemos pasado de ser una sociedad silenciada a ser una sociedad silenciosa».

El cruel neoliberalismo económico ha vuelto a construir altos muros, son invisibles pero mas infranqueables si cabe que los de hormigón y acero. Las concertinas barbadas son simples anécdotas ensangrentadas que solo daña a los más osados. Las verdaderas fronteras se marcan por leyes que sin esperanza alguna se legislan desde los hipócritas países valedores de los Derechos Humanos. La magnitud de la masacre ha puesto nerviosa a las impávidas instituciones europeas. Como siempre la respuesta será tardía, de cortas miras y sin ni siquiera tener en cuenta las causas de esta masiva desbandada. Volveremos a equivocarnos, subiremos los muros, diseñaremos programas de vigilancia de lo más sofisticados, invertiremos en más medidas de seguridad para los de dentro, pero continuaremos sin propiciar la creación de condiciones de vida dignas y seguras en los países de origen. Soledad Gallego proponía dejar de ser esa masa amorfa, casi muda, y hacernos oír. Manifestar de manera rotunda que no estamos de acuerdo con propuestas que solo alienta la xenofobia. Bastaría con que miles de personas de bien, aprovechando las nuevas herramientas, alertáramos a nuestro Presidente del Gobierno, de que queremos una respuesta que salve vidas, que basta ya de medidas represivas contra los que nada tienen. Si queréis intentarlo www.lamoncloa.gob.es