Mediterráneo negro

A la hora de enfrentarme a escribir esta columna, resuenan en los noticiarios múltiples noticias de las que podría hacerme eco. Tenemos en pleno apogeo el escándalo de Rodrigo Rato, el asalto llevado a cabo por un alumno en un colegio de Cataluña, y muchos más, pero hay uno que por su dureza me ha llamado la atención. Esta no es otra que el naufragio de dos barcos cargados de inmigrantes en nuestro Mediterráneo.

Ese mar que durante muchos siglos fue un foco de riquezas y de fertilidad, últimamente se está convirtiendo en un charco de sangre en el que naufragan las ilusiones de unos inmigrantes que pretenden llegar hasta nuestras costas con la esperanza de una vida mejor, un futuro en el que poder criar a esos hijos con los que se arriesgan a cruzar miles de millas, una ilusión con la que poder trabajar y mantenerse ellos y los que dejan en las orillas de la necesidad, de la pobreza.

700 almas que una vez más se cobran unos deleznables delincuentes que comercian con la desesperación de unas personas, a las que la necesidad les hace arriesgar sus vidas. Unas mafias que se dedican a traficar con la pobreza de los que buscan el primer mundo, y que en muchas ocasiones son amparadas por aquellos países desde los que parten.

Me siento impotente al ver la cara de esas personas que han sobrevivido al naufragio de las pateras. Esas caras mirando al infinito, sin ninguna muestra de sentimientos. Reviviendo en cada momento lo acaecido en esas interminables horas en las que para burlar a la muerte se tuvieron, incluso, que agarrar a los cuerpos muertos de sus compañeros para no ahogarse.

Y ante esto, me pregunto por qué no se sale a la calle como en los asesinatos de Paris. Mientras que en aquel caso el brutal e injustificable ataque era el resultado de provocaciones, en esta ocasión, las muertes de estas personas son producto de la desesperación por buscarse una vida mejor

En esta ocasión, sí me atrevo a decir que también yo soy un inmigrante. Je suis un immigrant.

@adolfovigo