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HOJA ROJA

La sombra de Caín

YOLANDA VALLEJO
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Algo más de cien años hace ya de la publicación de 'Campos de Castilla', un libro que si no llega a ser por su obligada lectura en el bachillerato español durante más de tres décadas, habría pasado sin demasiada pena ni gloria por los corredores de la historia. Nunca han sido buenos los tiempos para la lírica, mucho menos cuando la lírica se transforma en música y solo somos capaces de recordar los poemas de Antonio Machado por los conciertos de Serrat -el flamante Premio Iberoamericano Cortes de Cádiz-, por eso es conveniente recordar que nunca está de más volver a leer los versos de 'Campos de Castilla' para reconsiderar de dónde venimos ya que no sabemos a dónde vamos, ni lo vamos a saber.

Tirando del hilo de las hemerotecas es posible reconstruir el tejido humano con se injertó la piel de la llamada Generación del 98, una generación -no solo literaria- a la que le tocó vivir un fin de siglo tan traumático y mamarracho como el nuestro y que dejó un sustrato de tristeza y desesperanza con el que se abonó todo el siglo XX. La cosecha la estamos recogiendo ahora. Mala semilla -tal vez-, malos abonos, malas técnicas de cultivo, climas adversos y toda suerte de contratiempos que nos han hecho como somos. «Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza, guarda su presa y llora la que el vecino alcanza; ni para su infortunio ni goza su riqueza» decía el poeta, o lo que es lo mismo, un grandísimo perro del hortelano que ni come, ni deja comer es lo que somos.

El pasado jueves la sombra errante de Caín volvió a recorrer «por este trozo del planeta», tirando al sur y no hubo manera de poner de acuerdo a los grupos políticos en la constitución de la cámara del Parlamento andaluz. Una sonora disputa entre el presidente de la mesa de edad Luis Pizarro y el portavoz popular Carlos Rojas nos trasladaba de nuevo al tiempo oligarca de Machado, a aquella España de pucherazo, cerrado y pandereta. «Esto empieza muy mal» dijo el popular. Y tanto. Porque si los ciento nueve diputados no son ni siquiera capaces de entenderse en algo tan básico como la formación de una mesa parlamentaria, no quiero pensar qué va a pasar de aquí en adelante cuando tengan que gobernar Andalucía, si es que algún día llegan a ese punto. Del «y tú más» al que ya nos habíamos hecho idea, hemos pasado al peligroso «y yo más» cainita y ruin comportamiento de la cepa hispánica más rancia.

La envidia -no lo digo yo- es el deporte más practicado en España. Borges afirmaba que la envidia es tan española que para decir que algo es bueno decimos «es envidiable», y no contentos con esto insistimos en la idea de que existe una «envidia sana», tan hipócrita que hasta nos la creemos. La envidia, como decía Machado en La tierra de Alvargonzález «no goza de lo que tiene, por ansia de lo que espera». Algo así es lo que ha pasado -a nadie ha cogido de sorpresa- en el Parlamento andaluz, nadie se conforma con lo que tiene, con lo que le han dado las urnas, sino que espera, que quiere lo del vecino de al lado. Caínes. No es de ahora, ni de siempre, ni de nunca, sino de nosotros mismos. Ya Unamuno en Abel Sánchez habla de la lepra nacional que nos corroe, del odio como forma de relación entre unos y otros, de la esclerótica parálisis que produce la envidia.

Esta semana hemos sabido que Cádiz lidera la lista nacional en delitos de odio. Odio por orientación o identidad sexual, pero odio al fin y al cabo. Los primeros de la lista. Y los segundos en la lista del odio generalizado, el odio xenófobo, el odio ideológico, el odio a los mendigos, a los discapacitados, el odio. Incapaces de reconocer nuestros defectos y de aceptar nuestros errores.

A Pedro Sánchez, se le fue el otro día el dedo en la votación de la reforma de la ley del aborto. Votó en contra de su propio partido para regocijo de los de enfrente. Una metedura de pata descomunal que se hubiera agotado en los cuatrocientos primeros chistes que circularon por la red si no llega a salir el Caín de turno, César Luena, secretario de Organización socialista con la quijada de burro en la mano «lo grave no fue votar por error -dijo- lo grave es votar a conciencia». Mire usted por dónde, no se estaba hablando de conciencia sino de errores. De errores que cada vez son más grandes y menos fáciles de esconder.

En otra época no muy lejana, el león comegambas del concursante de Masterchef habría triunfado en los restaurantes españoles de estrellas y tenedores y todos habríamos comulgado papas crudas con ojitos de pimienta y bigotes de azafrán pagando una fortuna por ello, aunque para eso habría tenido que llamarse algo así como «tubérculo al superdente con aroma de siam bañado en fresas». El joven delicado que quería cocinar en los quirófanos habló también de envidia cuando lo expulsaron del paraíso de los fogones de diseño. «No me han entendido», dijo entre lágrimas y puso la misma mueca que Caín cuando entregó su cosecha al Dios del Génesis y este le dijo «si hicieras las cosas bien, podrías levantar la cara».

Sí. De vez en cuando hay que releer a Machado para entender cómo somos. Eso, o ver 'Supervivientes', que es como 'Campos de Castilla', pero a lo bestia.