A cada uno lo suyo
Los penaltis dictan sentencia
Con balcones a los bulevares, los indios de la glorieta colgaron sus banderas -la del Atleti y la de España- nada más terminar el partido con el Bayern, tres semanas de orgullo, calentamiento y oreo. Más reservados, los del Madrid, que salen a ganar, no sacaron la suya, doble de ancho, hasta ayer por la mañana. Tenía las marcas de haber estado doblada durante bastante tiempo. La exhibición textil de unos y otros, separados por un semáforo, un estanco y los árboles municipales que todavía no ha tirado el aire, explica el pulso, las aspiraciones e incluso el sino de cada afición. A cada uno lo suyo.
Ese cholismo de agonía, uña mordida y ojos vueltos tiene su mejor recompensa en una derrota como la de ayer, fertilizante anímico con el que abonar el campo de un Calderón donde brota como un endemismo la trama lastimera que lo hace único. Eso dicen los propios atléticos. Alardear del sufrimiento, celebrar el revés y sacar pecho en el martirio invita a felicitar a quienes vuelven, otra vez, con las manos vacías, llenas de la frustración con que han construido su leyenda de ocasiones perdidas. Que no decaiga, Sra. Rushmore. Tres semanas con la ropa y la bandera tendida es la cuaresma abreviada que precede a la pasión de la que viven los atléticos, penitentes aplicados que han aceptado como un designio del cielo o de Neptuno el guión deportivo que les escribe una agencia de publicidad. Su peliculón cabe en un anuncio. No tienen la Copa de Europa, pero triunfan en YouTube. Lo emotivo vende mucho.
Los del Madrid, en cambio, levantaron una Copa que no los hace más grandes de lo que ya eran, como esa bandera vikinga que no cabe en ninguna cajonera y que, llena de pliegues, alcanforada, los vecinos sacan al balcón de manera mecánica, como el que cambia los armarios con el calor. Más que vencer, el Madrid dejó anoche que el Atlético ganara otro motivo para seguir lamentándose y perpetuar, ahora en la tanda de penaltis, su taquillera pesadilla publicitaria.