opinión
La campaña
«La campaña se ha convertido aquí en algo permanente y constante, especialmente cuando gobierna la izquierda»
No voy a entretenerles con tantas cosas que dan significado a lo de la campaña en España. Que si la de Navidad, la del Domund, la del Banco de Alimentos o la del IRPF, que tanto le gusta al Estado. Ni tan siquiera en cómo ... nos suena en castellano esa bella región del sur de Italia que antaño fuera aragonesa. Podría empezar por la que acaba de terminarse en los Estados Unidos donde han vuelto a confrontar sus votos demócratas y republicanos y donde, cosa inexplicable en aquel país tan ufano de su Silicon Valley, aún no han terminado de recontar los votos cuando, aquí, a las dos horas, se tiene ya todo el pescado vendido.
El sistema electoral norteamericano, a veces tan difícil de entender desde esta orilla, tiene su aquél, posiblemente hasta un mejor control de la división de poderes porque, a mitad de camino, con estas votaciones parciales, les da como más tiempo y mejores oportunidades de mostrar a sus legisladores, a su Ejecutivo y hasta a su sistema judicial, el grado de afecto o de desafecto que proporcionan.
Sin embargo, la campaña se ha convertido aquí en algo permanente y constante, especialmente cuando gobierna la izquierda, porque la izquierda la lía y la centroderecha trata de desliarla. Desde que Sánchez llegó al poder tras sus notables campañas del No es No, con Podemos no gobernaré o con Bildu ni mijita, si repasan la labor legislativa que impone a sus compañeros de bancada, ha ido toda por el derrotero ideológico, no por las papas ni por el curro que es lo que a los españoles nos afecta. Ni hay grandes obras públicas, ni las ayudas que se anuncian llegan donde tienen que llegar para calmar necesidades, ni nuestra política exterior se ha aclarado, ni ese gasto público tan enorme se ha moderado.
Así, en esa carrera hacia la desnaturalización de lo que había, ha lanzado distintos misiles, dardos, saetas o flechas, ideas por las que hay que seguirle por donde él quiere que se vaya para encuadrar por sus componendas pactistas a los de su izquierda. Desde la política de género en sus máximos extremos, esa especie de trabalenguas en que ha convertido lo de la Enseñanza donde ya no se sabe si hay notas o si se puede pasar de curso sin aprobar lo que se tiene que estudiar, la silente complicidad en el cumplimiento del artículo 3º de la Constitución en Cataluña o las componendas que con ansia pretende de los más altos cargos y organismos de ese tercer poder, ajeno todavía a su cuadrilla.
La izquierda de Sánchez, que es izquierda con más izquierda y con algún adhesivo nacionalista que, aun siendo de derechas, piensa que, para arreglar lo suyo, es mejor aliarse con los que no cuidan España que con quienes pretenden cuidarla, está más que entrenada en política de campaña. Sus ministros y portavoces son verdaderos ases en lo de la repetición de mantras. Estos ministros no hablan de lo que hacen, ni de lo que hay que hacer en España, sino que salen en tromba ante cualquier micrófono para repetir pullas comunes y unísonas contra la oposición debidamente creadas por esa factoría de ideas de todos esos asesores que tiene el gobierno a sueldo y que encima pagamos nosotros. A la derecha, con su inmovilismo y su judicialización, no le va mal.
Pero ¿y la centroderecha? Ah, la centroderecha, salvando a dos o tres de sus grandes líderes, está a punto de que se la trague la resaca. Y es que, como en el fútbol, hay que saber cuándo mover equipo, cambiar de portavoz y proponer otra voz, otro rostro, otra actitud que se enfrente a sus adversarios ahora en esta campaña nuestra de nunca acabar, aunque sea para desconcertar en algo al otro equipo y para revolver el campo, porque las urnas ya están puestas. Pero hoy se habla más de lo que quiere la izquierda y, francamente, servir de punching-ball, no da ideas, las enturbia.