MADRID
Madrid, capital sahariana
El madrileño, acostumbrado a fenómenos meteorológicos de todo tipo, asume con sorna y resignación esta calima
Hay fenómenos atmosféricos que afectan al madrileño, léase Filomena a los cuatro días, y otros como este del polvo en suspensión que lo someten, al capitalino, al fastidio, la sorna o la extrañeza. Ya en el atardecer del lunes algo marrón se vio en los cielos, desde las alturas de Amado Nervo: que por el Sureste se avecinaba lo que ahora está sobre nuestras cabezas. Oscureció a su hora, pero quien es un mirón de los cielos sabía que el polvo en suspensión que venía del Sur iba a tener parada y fonda en la Capital .
Y luego el despertar de hoy, en los cristales, con esa suciedad de día nublado que no es un nublado en puridad. A la hora 'prima' del café, en Casa Manolo, los meteorólogos improvisados iban pidiendo un largo más oscuro que el color del cielo, y las mascarillas iban teniendo una doble utilidad. Pepe, camarero, describía con grandes aspavientos lo que vio cuando 'salía el sol': «otra plaga», a pesar que este verano también el Sáhara vino a visitarnos .
Rafael se afanaba en barrer los granos en suspensión que no han dejado de caer, que aparte de en las vías respiratorias se quedaban adheridas a las barbas y daban un escozor terroso. Manuel Guerrero limpiaba su taxi con fruición, y desde la gasolinera nos impedían hablar con clientes y operarios de las máquinas de autolavado (sic): como si en vez de arena estuviera cayendo polonio en la ciudad.
Madrid está vestida de Marrakech , y desde el punto más alto de Princesa -altura donde ayer mismo vimos la nieve- la Sierra ni se imaginaba. Mirando abajo, en lontananza, el Edificio España de la plaza homónima se veía rosado. Basilisa, florista de la raza calé, como su hijo, quitaba con un mocho la calima depositada en sus flores, y lo hacía con un movimiento mecánico. El madrileño, en las conversaciones, hablaba del «polvo» con esa naturalidad con la que, no queda otra, que asumir el cambio climático. El techo de la Casa de México semejaba el desierto de Sonora, y así, del mismo modo, todos los tejados de ese Madrid que tanto se parece a Madrid. Un estudiante se escupía en las manos antes de arrancar un patinete de alquiler.
En la Sierra tuvo que ser un espectáculo la nieve mezclada con el barrillo, y en la Capital, en el jardín de Santa Cruz de Marcenado, Javier y Nasser, jardineros, nos explicaban que una planta no sufre por el polvillo. Les creemos.
Saliendo de la Farmacia de Princesa 62 nos explican, con amabilidad, que las mascarillas del COVID también protegen el necesario ejercicio de respirar en la ciudad. En una torre de la Iglesia del Buen Suceso -la única torre-, el sacristán o quien fuera se afanaba en limpiar. Pasaban inmaculados, eso sí, los autobuses y gran parte del servicio público. y el madrileño, esperando que amaine la tormenta del desierto.