La «mentalmorfosis» de «Cámbiame»
Telecinco sabe que pocas cosas aseguran más audiencia que las inseguridades
En «Juego de Tronos» le han hecho un cambio de imagen a Cersei -tampoco en Poniente conocen lo que es cortar solo las puntas-, exhibido en un pasoliniano desfile que ríase usted de la pena de telediario. También Guillermo Zapata podría variar su aspecto, como de Kubrick obligado a ver en bucle «Cazamariposas», sobre la pasarela transportadora de «Cámbiame» , la alternativa a «Robin Food» de Telecinco , donde saben que pocas cosas aseguran más audiencia que las inseguridades. En su estreno obtuvo un 13,8% de cuota, cinco puntos más que el cocinero.
El minuto de alegato de los aspirantes al cambio se hace tan largo que tendría tiempo Zapata de contar varios chistes y hasta de que le gritaran «shame», como a la Lannister. Durante la súplica -en lugar de «Cámbiame» parece el candidato implorar «Sálvame»-, tres estilistas deciden si lo aceptan o no en función de contundentes razones como «quiero dar en las narices a mi ex» o «soy misionera de la felicidad», que es como se le presentaban a Strauss Kahn las mujeres. L a que fuera asesora en «Supermodelo», Cristina Rodríguez, tiene más gancho que la presentadora , Marta Torné, pero debería establecerse una distancia de seguridad para sus hombreras, igual que para los pies de la alcaldesa de Jerez. ¿Y cómo no se le ha ocurrido a Mas imponer el meñique secesionista a golpe de sandalia cangrejera?
Lo más entretenido del programa acaece cuando la calle opina sobre el aspecto de la «víctima». Ahí se comprueba que, curiosamente, la crítica más feroz suele venir de la persona menos agraciada. «Me han confundido con una pilingui», confiesa una mujer a la que reprochan su «pelo pollo», aunque, en general, en los comentarios prevalece el buenismo, que es una bondad desnatada. No les dicen lo que Risto a Luz Casal: «Tampoco es que tengas un físico espectacular». El reportaje de la transformación es sucinto, centrado en el vestuario, apenas una excusa para enseñar complejos y dar paso a la imagen remozada en plató , con prodigalidad de «ideal». Lo que importa es el drama personal, esa inveterada tendencia a entender la hermosura como aquello que nos falta. Más que una metamorfosis, conviene una mentalmorfosis.
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