La debilidad por los siervos de los creadores de «Juego de Tronos»

Ser escudero, vivir por o para alguien es una buena forma de escapar de sus «finales». Les gustan los menos megalómanos

La debilidad por los siervos de los creadores de «Juego de Tronos»

hughes

Evitar los «spoilers» es la nueva censura. El episodio final de la quinta de «Juego de Tronos» fue un «cliffhanger» asombroso que nos dejó de rodillas ante la tele musitando palabras en valyrio. No se puede decir quién muere, pero quizás sí quién no muere. Varys y Tyrion no, por ejemplo. Son la continuidad de un estilo de gobierno apátrida, estratégico, maquiavélico y orientado, a su modo algo retorcido, hacia el bien común. Son una forma de modernidad ante tanto apellido decadente, héroe tonto e indicio apocalíptico.

En esta temporada la serie se independiza un poco más de los libros de Martin y pasa incluso por encima de las grandes estirpes. Puede ser que a estas alturas David Benioff y D. B. Weiss, sus creadores, ya se crean dioses. Un personaje de la serie debería emplear los próximos meses en pensar cómo sobrevivir a los guionistas. Premian, sí puede decirse, las actitudes de lealtad personal. Ser escudero, vivir por o para alguien es una buena forma de escapar de sus «finales». Les gustan los menos megalómanos.

Durante gran parte de la temporada algunos personajes ya no nos parecían obsesos consagrados a una causa, sino gentes que habían salido al campo a buscar setas y se habían perdido. Vagaban por los Siete Reinos sin sentido y tropezaban unos con otros por azar. Pero todo estaba orientado hacia un final apoteósico. La serie ha extremado su tendencia a la sinfónica traca de colofón. Quizás la quinta haya sido la temporada más criticada, pero gran parte de ella fue preparación para este «Mother’s Mercy» en el que ritmo y crueldad se llevan uno al otro como Ginger y Fred. El inolvidable «La Boda Roja» parece poca cosa por comparación .

Nos hemos acostumbrado a ver sufrir a los niños y al sonido de las espadas atravesando órganos vitales y la serie ha confirmado su maestría: podemos sentir verdadero odio hacia un personaje y desear su venganza al final del capítulo. Si en política los cadáveres se acumulan antes del Congreso Extraordinario, aquí los personajes se ceban para un final de cuchillos afilados. El invierno no termina de llegar, lo mágico se entremezcla con lo real y las grandes legitimidades se ven amenazadas por nuevos poderes. Hay reinos, trascendencia y ultramundos. La serie es un cóctel geoestratégico y un tratado de gobernanza, que se dice ahora .

Desde que sabemos que es la mayor influencia intelectual de algún político emergente, también hemos de estar muy atentos a su contenido. Y no es nada halagüeño. Hay en el final una escena de alto potencial «podemita»: el septón, Gorrión Supremo, puritano extremo, se dirige al pueblo: «Vosotros, las buenas personas». ¡Escalofríos pensando en un septón con coleta!

Entre tanto vuelco narrativo, quizás haya un sesgo perceptible por almas optimistas: sobreviven los leales, las más altas inteligencias y los tullidos que se fueron dejando partes de sí en el camino. Todos juntos parecen aspirar a un ser completo. Una nueva humanidad. Y aún quedan suficientes malvados para mantener despierta nuestra sed de sangre. La venganza, no obstante, es un ánimo triste que «Juego de Tronos» parece superar . ¿Y si al final de todo no hubiera justicia sino sólo un orden tranquilo?

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