Beatriz Manjón: «Sin gracia»
Las bromas de mal gusto necesitan de un consentimiento expreso imposible en la Red
El tuit es ligeratura. Otorgarle peso contradice su esencia. Mas discutieron las tertulias sabatinas sobre si Guillermo Zapata, que hace honor a su apellido frenando el entusiasmo regeneracionista, debería dimitir por los tuits sobre los judíos, las niñas de Alcácer e Irene Villa, que escribió olvidando que las bromas de mal gusto, como explica Ricky Gervais, necesitan de un consentimiento expreso imposible en la red social.
Zapata se ha defendido apelando al contexto como Manquiña al concepto. Monedero lo justificó tirando de Nietzsche -¡Así habló Zapatustra!- y afirmó que «Twitter hace a la gente muy bocazas». Disiento. Twitter saca al bocazas que lo es. Sarah Silverman bromeó también sobre el Holocausto, pero con gracia, cuya falta es el límite del humor: «Creo que si los negros hubieran estado en Alemania durante la II Guerra Mundial el Holocausto no habría ocurrido. No al menos para los judíos».
Tampoco un representante público es un humorista, por mucha risa que dé. Hace poco, Louis C. K. indignó recordando en «Saturday Night Live» a un pederasta de su adolescencia: «Yo no le gustaba y eso me hacía sentir mal. Debe ser increíble, se arriesgan tanto para hacerlo…». Ya Dalí encontraba el mal gusto creativo: «Es el dominio de la biología sobre la inteligencia».
Claro que si se trata de anteponer la biología a la inteligencia, Carmena debería contar con Ana Obregón, antes de que Zapata, que cree que la transparencia es cubrirse con la capa de invisibilidad de Harry Potter, haga de la cultura un mal Club de la Comedia. Aunque, ¿qué es el político sino un monologante?
