«Hannibal»: el resplandor de los asesinatos, la cocina y los trajes

La serie en la que trabaja como asesor José Andrés llega a su tercera temporada

«Hannibal»: el resplandor de los asesinatos, la cocina y los trajes

rosa belmonte

Algunas imágenes de «Hannibal» hacen que «La gran belleza» parezca de Ozores. Si existiera el premio Más bonita que ninguna, en homenaje a Rocío Dúrcal, el galardón sería para la serie de Bryan Fuller, el gran debut de 2013, la serie con más clase de la televisión. Vuelve «Hannibal». El 4 de junio a Estados Unidos y el 5 a España (AXN). Ya se desvela la tercera temporada de la serie sobre el elegante y melómano caníbal. Cuando se estrenó en la NBC (cadena generalista, no de cable) todos temimos por su continuidad. Demasiado arriesgado. Aunque este año la cadena se atreva a tirar de Charles Manson en «Aquarius» (debutó el martes). Que el cuarto episodio de «Hannibal» se suprimiera de la parrilla norteamericana con motivo de la matanza de Newtown (era sobre unos adolescentes asesinos) no presagiaba nada bueno. Aunque lo más perturbador sólo se sugiera. Por ejemplo, cuando en el primer episodio, Laurence Fishburne (policía) y Lecter cenan en casa de este. Cenan lomo. «¿De qué?», pregunta Fishburne. «De cerdo», contesta el anfitrión y cocinero. El espectador se imagina que el lomo es de alguna tierna señorita. Pero resulta tan atractivo este tipo comiéndose a la gente… Y comiéndosela tan bien. Nada de cutrerías, que diría Rita Barberá. No es que tengan un asesor gastronómico en el español José Andrés, es que tienen una estilista de platos (Janice Poon). Y nunca, hasta ver «Hannibal», he entendido esa expresión del food porn. Y también la de show cooking. Da gusto verlo cocinar. Y sí, cuando una ve al danés Mads Mikkelsen con una calavera en la mano ya sabe que no se preguntará si to be or not to be. Tenemos claro que la ha rebañado.

Anterior a las películas

La serie es una creación de Bryan Fuller, que tiene en sus molonas espaldas «Wonderfalls» y «Pushing Daisies». Un admirador de «El resplandor». Lo que empieza narrándose en «Hannibal» es anterior a lo contado en cualquiera de las cuatro películas basadas en las novelas de Thomas Harris (la más famosa, «El silencio de los corderos»). Aquí se parte de una relación profesional entre Will Graham (Hugh Dancy), criminólogo del FBI, y el psiquiatra Hannibal Lecter (Mads Mikkelsen), que, por supuesto, está en libertad y con consulta abierta. Parecía imposible superar al Hannibal Lecter de Anthony Hopkins. Pero eso fue hasta que llegó Mads Mikkelsen, el malo de «Casino Royal», el inocente acusado de «La caza». Su frialdad expresiva es perfecta para el papel. Su percha, la adecuada para esos trajes que hacen que los brioni de Cary (Matt Czuchry) en «The Good Wife» parezcan de baratillo. Christopher Hargadon es el diseñador de vestuario de la serie. Trabaja muy cerca del showrunner, Bryan Fuller, y del resto del equipo técnico y artístico para conseguir que la ropa forme parte del todo en cada episodio. Los trajes del doctor Lecter son de Garrison Bespoke, en Toronto, ciudad donde se filman la mayoría de capítulos. Garrison es a Mikkelsen lo que Oleg Cassini a Jackie Kennedy. Los trajes exageran el gusto refinado del psiquiatra. Dobles nudos Windsor (que Mikkelsen se hace), corbatas con dibujos de Paisley, tres piezas, estampados príncipe de Gales, colores llamativos (el marrón también es llamativo) y ropa casual hecha a medida. Un dandy, un esteta. Fuller ha señalado más de una vez al duque de Windsor como inspiración. Lo único que el marido de Wallis Simpson nunca se puso fue un mono transparente para no mancharse, quizá la pieza de vestuario más inquietante de las que luce Lecter.

La inspiración para Gillian Anderson no sé cuál es. Personaje secundario (es la psiquiatra del doctor Lecter), su presencia se come a cualquiera. Su nombre, también: Bedelia du Maurier. Eso supera a Rebeca de Mornay y a Portia de Rossi. El apellido, como la autora de «Rebeca». El nombre, como la película de 1946 protagonizada por Margaret Lockwood. La ves paseándose por Florencia con esa fotografía suntuosa y te sientes un poco Stendhal de pacotilla. ¿La Santa Croce? Bah. Con Gillian caminando al lado del Duomo o comprando trufa blanca sí te da un síncope (un síndrome). La magnífica Anderson. Ya he escrito alguna vez que observando a Gillian Anderson en «Hannibal» da la impresión de que en «Expediente X» hubiera estado interpretando a Betty la fea con gabardina. Se juntó en el mismo año con «Hannibal» y con «The Fall». Con camisas de seda en las dos series. Con dos acentos. Ganando en guayismo y coolismo (esto ahora es cosa de Kim Kardashian) a Julianne Moore, Chloë Sevigny o Maggie Gyllenhaal. Recordando a Veronica Lake, Hedy Lamarr o Gene Tierney. Y no precisamente por mala actriz. Dijo Gillian Anderson que seguiría en «Hannibal» mientras hubiera serie. Por suerte siguen ambas.

Tras el deslumbramiento de la primera, la segunda temporada se puede criticar por pedante, por pretenciosa. La culpa la tiene la materia preciosista de la que está hecha. Pero el final la redime de tonterías. También hay que apuntar en el debe de «Hannibal» los sueños de Will Graham (Hugh Dancy). Esas visiones de chiflado que restan realismo a la producción. Siempre me he preguntado si Hugh Dancy ensayará en casa con su mujer, Claire Danes («Homeland»), lo de hacer el loco en la televisión. La tercera temporada, que suprime la historia semanal, confirma que «Hannibal» es la serie más absorbente, bruta y bonita de la televisión. Con cada capítulo aumenta la fascinación por lo abominable. También el hambre.

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