Crítica
«El Ministerio del Tiempo»: el futuro de la ficción española
Visto el excelente resultado se impone que cadenas y productoras confíen más en sus guionistas
Es difícil salir del pase de una película o de una de serie (proyecciones para la prensa especializada y los críticos que las productoras realizan antes del estreno oficial) y encontrar unanimidad en las respuestas. Más sorprendente aún es que el consenso sea «para bien». Todos hemos visto subproductos con los que los críticos ejercen luego su entretenimiento favorito: tirar de ingenio, propio o alquilado, para destrozar en unas pocas líneas algo que, en el peor de los casos, ha costado tanto esfuerzo. Como todos sabemos, es dificilísimo hacer una mala película. Y si la serie o película es española, que el 99 por ciento de los comentarios sea elogiosos alcanza ya la categoría de milagro.
¿Por qué ocurrió esto en la proyección de «El Ministerio del Tiempo»?
Las cadenas españolas no suelen atreverse a dejar ver sus programas antes de su estreno, ya sea por falta de confianza, miedo a la piratería o por superstición. En el cine , una postura así suele relacionarse con el miedo a enseñar una moto estropeada antes de venderla. Por contraste, que TVE mostrara de una forma tan transparente el producto que tenía entre manos generaba entre los privilegiados que acudimos a la Cineteca de Madrid cierta predisposición positiva. La proyección en pantalla grande, por otro lado, siempre ayuda, salvo que la chapuza visual sea evidente. Pero estos factores no justifican por sí solos que antes de su estreno apenas se hubieran escrito comentarios negativos sobre la serie de los hermanos Olivares, salvo por parte de quienes no habían visto más que el tráiler y también se atrevían a opinar.
« El Ministerio del Tiempo » empieza sin complejos. No es ninguna superproducción, ni siquiera para los estándares de nuestra modesta industria, pero lo parece. Desde la primera escena, que muestra unos campos de Flandes desolados por la derrota, el empaque visual da el pego gracias a la habilidad y oficio de los excelentes profesionales que han ayudado a hacerla. La dirección de arte, los efectos digitales, el vestuario, la fotografía... Todo ayuda a dar credibilidad a una historia que de entrada es imposible (o no), un relato de ciencia ficción con personajes que viajan en el tiempo.
El segundo acierto (o el primero, en realidad) nace en los guiones de Javier y Pablo Olivares, ayudados por su equipo (Anaïs Schaaf, José Ramón Fernández y Paco López Barrio). La serie es tan entretenida que ni siquiera queda esa típica sensación, tan española, de «qué pena que no durara veinte minutos menos». De alguna manera, se las arreglan para que el estirado que se aplica en nuestro país a los capítulos, que tienen el récord mundial de duración, obligue a incluir tramas o diálogos de relleno. La patata caliente de la ciencia ficción, por otro lado, se digiere con más ingenio que aparatos. El invento de las puertas, una vuelta de bisagra a la idea genial de «Monstruos S. A.» , no precisa mayores instalaciones, con lo que el espectador no pierde el tiempo en evaluar la calidad de los trucos. Esta «elipsis tecnológica» logra que la mente del público viaje por la historia sin temer que la nave se estrelle.
A todo esto, los guiones suman un costumbrismo, también suave, aliñado con incontables detalles de humor. La risa llega sin buscarla, al igual que la identificación con toda clase de públicos, de cualquier edad, sexo y condición social. Y todo ello, sin necesidad de meter una mascota, un abuelo y dos niños pequeños en las tramas. Algunos descubrirán más referencias que otros. La señora de Cuenca, tan citada entre guionistas y directivos, disfrutará con algunos aspectos, y su primo de Albacete con otros. Incluso es posible aplaudir la «puerta rojiblanca» sin necesidad de ser del Atleti. Lo más local, una vez más, demuestra ser el mejor billete para alcanzar la universalidad. Que TVE , tan sujeta a estas necesidades de identificación universal, aceptara una propuesta tan valiente es algo que merece todos los elogios.
En el capítulo, capital, de las interpretaciones, nos encontramos un elenco de categoría, en el que no chirría ninguno de los actores, pese a lo distintos que son entre sí. Ahí la labor de los directores (Marc Vigil comandó el primer episodio) es fundamental, no solo para plasmar en imágenes la visión futurista de sus creadores. Al menos de entrada, Nacho Fresneda parece tener el papel más agradecido (¡mejor que Alatriste!), pero sus compañeros no le van a la zaga. Mención especial merece también Jaime Blanch.
No es descabellado pensar que la serie pueda ir a menos. Lo increíble sería que fuera a más, aunque de este equipo cabe esperar lo mejor. Como primer experimento, el piloto de «El Ministerio del Tiempo» demuestra que los romanos no están todos locos, como decían Asterix y sus amigos. Que las mejores series de la Galia estén gobernadas por unos guionistas-creadores con categoría de productores ejecutivos no es una moda caprichosa. No hace mucho, dos de los autores de «Mad Men» confesaban su incapacidad para concebir que en España se pudieran hacer series en las que el productor no sabría escribir ni una página del guión. Puede que este sea el camino, después de todo, y que el futuro de la ficción en nuestro país no siga alejándose del camino elegido en Estados Unidos, el Reino Unido y Dinamarca. Es la ventaja que tiene viajar en el tiempo. Puedes comparar y optar por la mejor solución sin temor a cometer errores. Otro día, por cierto, intentamos hablar de los fallos.
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