Crítica del final de «Broadchurch»: la bestia muestra su rostro
La absorbente serie británica concluyó en Antena 3 poniendo fin al gran misterio con un sorprendente giro final
[Atención: esta serie contiene spoilers, detalles cruciales de la trama de la serie «Broadchurch»]
No hay mayor placer, a la hora de paladear una serie como «Brodchurch», que jugar a adivinar quién lo hizo. ¿Quién es el asesino? ¿Quién mató a Danny Lattimer? A lo largo de sus ocho episodios, que concluyeron anoche en Antena 3 , resultaba demasiado tentador no dejarse llevar e ir formando las teorías más variopintas; y, por qué no, ir cambiando la identidad del criminal a medida que los tiros apuntaban en una u otra dirección conforme avanzaba la investigación. El último capítulo no tardó en poner las cartas boca arriba: redoble de tambores y bombazo cuando Joe Miller, el marido de Ellie, padre de Tom, resultó ser el asesino.
El séptimo capítulo había dejado ya una pista clave, un hilo del que podían tirar los más avezados para anticiparse al gran final: los mensajes enviados por Danny antes de su muerte. Un elemento fundamental para que Hardy, su vida pendiente de otro hilo, pudiera al fin concluir su caza. Al espectador medio, sin embargo, la revelación pudo dejarle con la boca abierta y la mandíbula ladeada. No era tarea fácil sospechar del inocuo Joe, que tampoco había gozado de demasiados minutos de pantalla para que desconfiáramos de él, más allá de la cena del matrimonio con Hardy o esa escena en la que explica a su esposa que siente el impulso de ir a la iglesia.
Sí hubo un par de momentos, ciertas miguitas de pan, que acuden como poderoso flashback cuando se revela que Joe es el asesino: ese breve diálogo con su mujer cuando le pregunta, en broma, si él también figura en la lista de potenciales asesinos; o el interrogatorio de Ellie a Susan («¿cómo pudo no haberse dado cuenta de lo que ocurría en su propia casa?»). ¿Pero quién tendría en su lista a Joe, siempre pendiente de su hijo pequeño, atareado en el hogar, con buena mano para la cocina? Probablemente, uno de los vecinos de Broadchurch que despertaba menos suspicacias. Y, precisamente por esto, un candidato demasiado jugoso para los guionistas. El típico depredador oculto bajo una pátina no ya de normalidad, sino de encanto y amabilidad, que es peor.
Admitámoslo: que Joe sea el asesino tiene resonancias abrumadoras, porque implica que la bestia vivía con uno de sus cazadores. Buena parte de la tensión claustrofóbica que rezumaba «Broadchurch» residía en el hecho de que la persona que había matado a Danny formaba parte de una pequeña comunidad. Un habitante de esta localidad costera donde todos se conocen (pero tienen más secretos de los que quieren confesar) por su nombre de pila. Pero Joe no era uno más: su hijo había sido el mejor amigo de Danny. Y su mujer es la no demasiado brillante policía que le buscaba el rastro. ¿En qué lugar le deja esto? En el de víctima colateral de un crimen que, al menos, como muestra el final, sirve para unir a los vecinos, más distantes de lo que creían. Hardy, a cambio, puede por fin volver a dormir tranquilo y cuidar su corazón enfermo, redimido de lo que pensábamos que había sido un error mayúsculo, pero no fue más que un acto de amor.
Guiones e interpretaciones brillantes
Analizada en su conjunto, el de sus ocho intensos capítulos, más allá de la pirueta final que agradará a unos y quizás enfadará a otros, «Broadchurch» demuestra desde el primer momento por qué triunfó en los Bafta televisivos y fue rápidamente objeto de remake en Estados Unidos («Gracepoint», que no está gozando de buena acogida). A partir de una premisa que no se antojaba excesivamente original, la de «asesinato en pueblo pequeño donde todos son sospechosos», la calidad de sus guiones y la fuerza de sus interpretaciones la convierten en una serie de obligado visionado y máximo disfrute. Aunque incurre en ciertas «trampas» y pone a prueba al espectador, ofreciéndole falsos señuelos, hay que tomar esto como parte del juego, en la mejor tradición de la novela negra.
David Tennant , conocido en su patria por haber sido uno de los Doctores Who, ralla a grandísimo nivel en el rol del hermético, cascarrabias y obsesionado Hardy, mientras Olivia Colman no le va a la zaga como su compañera algo torpe pero a la que resulta inevitable coger cariño. Mención aparte merece David Bradley , uno de esos impagables secundarios, visto por ejemplo en la saga «Harry Potter», que borda su papel de Jack Marshall, el vendedor de prensa de turbio pasado convertido en chivo expiatorio. Bradley regala algunos de los momentos más potentes y cautivadores de una serie que reafirma lo que todos sabemos: que los ingleses son unos maestros haciendo ficción para la pequeña pantalla.
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