DÍA MUNDIAL CONTRA LA DESERTIFICACIÓN Y LA SEQUÍA

España S. XXI, ante el reto de esquivar la desertificación

Miguel Ángel Ortega. Presidente de la Asociación Reforesta

El cambio climático tiene graves consecuencias sobre la vegetación y el suelo

España registra una de las mayores tasas de recuperación del bosque y, al mismo tiempo, es uno de los países más vulnerables a la desertificación del continente europeo. La superficie forestal ha aumentado un 50 por ciento desde 1970. Sin embargo, de acuerdo con el Mapa de Condición de la Tierra publicado por el Gobierno en 2014, un área del tamaño de Andalucía está tan degradada que el bosque no podrá recuperarse de modo espontáneo. Además, según AEMET, desde 1960 una superficie de 30.000 km2, equivalente a Cataluña, ha ascendido un peldaño en la categoría de aridez, pasando de subhúmeda seca a semiárida.

Recuperación del bosque y desertificación están vinculados a los procesos que afectan al agua y al suelo . Vegetación, agua superficial y subterránea y suelo (VAS) se interrelacionan y son fundamentales para los ecosistemas, para la salud humana y para la disposición de agua y tierra fértil . La situación y perspectivas de VAS es inquietante. Lo más preocupante está en la mitad sur de España.

Aunque debería ser mayor, el porcentaje de superficie arbolada de España es uno de los más elevados de la UE. Pero nuestros bosques presentan baja biodiversidad y deficiente salud. El Diagnóstico del Sector Forestal Español subraya que en el 60 por ciento de ellos una sola especie ocupa el 70 por ciento o más de la superficie. Según la Red Europea de Seguimiento de Daños en los Bosques, e ntre un 20 y un 24 por ciento de nuestros árboles presentan una defoliación importante y su salud muestra una tendencia negativa desde 2006. En el sur, cientos de miles de encinas y alcornoques mueren debido a un proceso de decaimiento conocido como seca.

Nuestros suelos tienen un bajo contenido en carbono y sufren altas tasas de erosión : un 12 por ciento de España pierde más de 50 Tn de suelo por hectárea y año, cuando el límite tolerable se establece en 12 Tn, cifra que es superada en el 46% de la superficie española.

Durante la segunda mitad del S. XX los recursos hídricos disponibles se redujeron entre un 10 y un 20% en muchas cuencas. La mayoría de los acuíferos de Levante, del Sureste y del entorno de la Costa del Sol están sobreexplotados, así como algunos del interior, destacando el que nutría al arruinado parque nacional de Las Tablas de Daimiel. El abuso en la extracción de agua puede sentenciar también a Doñana.

El desequilibrio del clima producido por el calentamiento global ensombrece el panorama: más calor, menos lluvia, más evaporación de agua en los embalses, más fenómenos meteorológicos extremos, incendios forestales más devastadores… Si queremos evitar un evidente empobrecimiento biológico, económico y humano de España, a lo largo de este siglo hemos de corregir tendencias actuales y acometer reformas de gran calado en los ámbitos que más afectan a VAS. ¿Qué debemos hacer para afrontar la situación? Me detendré más en lo relacionado con la vegetación.

La repoblación forestal efectuada por las administraciones públicas pasó de 198.217 has en 1996 a 4.618 en 2018. La disminución de las precipitaciones, especialmente en verano, y el aumento de la transpiración debido a las mayores temperaturas, provocan una alta mortalidad entre los arbolillos recién plantados. A eso se une la herbivoría, es decir, la depredación por parte del ganado y de los herbívoros silvestres. Estrés hídrico y herbivoría son una condena para gran parte de los plantones, a no ser que se pueda invertir en su mantenimiento. Pero esto solo es posible en zonas accesibles y en superficies más pequeñas. Por ello, en la mayor parte de España tiene más sentido realizar más reforestaciones, pero más pequeñas, de modo que podamos mantenerlas durante varios años tras la plantación y garantizar que un porcentaje razonable de árboles saldrá adelante y llegará a producir semilla. Estos futuros bosquecillos actuarán como nodriza y sus semillas facilitarán su expansión.

Si no cuidamos nuestros bosques, serán más vulnerables a las sequías, a las plagas y al fuego y, en consecuencia, las emisiones de CO2 resultantes de su degradación o de su quema anularán otros esfuerzos de reducción. Debemos apoyar la gestión forestal, la restauración de los ecosistemas más vulnerables a la desertificación y la plantación en áreas agrícolas para mejorar la biodiversidad creando corredores ecológicos , concretamente en las lindes entre fincas y en los numerosos baldíos que salpican el territorio. Además, es urgente plantar en este tipo de zonas, porque a medida que avance el calentamiento global será más difícil y costoso lograr el arraigo de los plantones.

Recuperar nuestra cubierta vegetal es una prioridad que debe tener un enfoque a largo plazo. Requiere un esfuerzo sostenido y sustentado en el mejor conocimiento científico. Una de las necesidades es aumentar el rendimiento de la siembra de semillas como alternativa a la plantación. Sembrar es más barato y permite abarcar superficies mayores, pero la eficacia actual es muy b aja .

Respecto al agua, no cabe duda de la necesidad de reducir la demanda y de aumentar y mejorar la depuración. En cuanto al suelo, lo contaminan tanto las actividades industriales como la agricultura, y las malas prácticas agrícolas producen ingentes pérdidas por erosión. Es de destacar la contribución de la agricultura intensiva al empeoramiento de acuíferos y del suelo, especialmente en los últimos años, con la incorporación del regadío y las altas densidades de plantación a cultivos leñosos tradicionalmente de secano, como la vid, el olivo y el almendro. Urge tanto cambiar ese modelo que no puedo terminar un artículo dedicado a la desertificación de España sin reclamar una estrategia de Estado para reducir la dependencia económica que algunas comarcas tienen tanto de este sector como del turismo, que también es un gran consumidor de agua y de alimentos procedentes de la agricultura intensiva. Hace 50 años podía dudarse de si España reunía las condiciones para ser la despensa de Europa; hoy no hay lugar para la duda: mientras dependa de aguas superficiales y subterráneas, la respuesta es no.

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