AGRICULTURA SOSTENIBLE
Tomates más verdes: El ahorro de agua y la reducción de fertilizantes, son claves
Las grandes empresas alimentarias buscan una producción más rentable y con menos impacto ambiental
El abuelo de Javier Gomendio fundó Agraz en los años sesenta. Esta empresa comenzó a cultivar tomates en Marruecos con el objeto de procesarlos y transformarlos en concentrado de tomate para alimentación, pero desde hace más de tres décadas están basados en Badajoz.
Muchas marcas conocidas de ketchup, tomate frito o sopas de sobre utilizan los concentrados de Agraz, entre ellas la multinacional Knorr. Hace siete años, los responsables de la empresa citaron a Gomendio en su sede de Schaffhausen, en Suiza. El mensaje fue claro. «Había un tema que teníamos que empezar a trabajar que es la sostenibilidad», recuerda el director general. La multinacional les comunicó que, para 2020, el 100% del tomate suministrado tenía que ser de origen sostenible.
El reto no es ajeno a muchas otras grandes compañías alimentarias, que en un mundo que cada vez estará más poblado se verán obligadas a producir más alimentos utilizando cada vez menos recursos hídricos o fertilizantes. En el caso de Agraz, este laboratorio de sostenibilidad lo forman 260 hectáreas en la finca La Piñuela, a unos 50 kilómetros de la fábrica en Villafranco del Guadiana. Durante los dos meses que dura la campaña del tomate, este complejo procesa unos 185 millones de kilos, tres millones diarios.
Raúl Macarro, el director de sostenibilidad de la empresa, ha sido el encargado de dirigir la aplicación de hasta once directrices, que controlan tanto la calidad del suelo como el agua o los fertilizantes. La tecnología juega un papel fundamental. «Tenemos sondas de control de humedad en tierra que nos ayudan a ahorrar hasta un 20% de agua. Queremos que el agua esté a una profundidad de entre 15 y 35 centímetros de agua, donde está la raíz, a la planta no le hace falta más, estás ahorrando dos horas de agua al día y la planta asimila mejor el abono», dice Macarro. También reducir los fertilizantes, cuya producción supone casi el 50% del impacto ambiental de una explotación agrícola. A primera vista, un campo de tomates sostenible no difiere mucho de uno tradicional. Pero se aprecian diferencias al acercarse un poco. A los lados de las tomateras pueden verse muros para reptiles o una casita de obra para atraer insectos, en mitad de las matas, un charco para libélulas.
¿Sirve toda esta inversión para rentabilizar la cosecha? De acuerdo con Macarro, «en cuanto tengas un aumento de productividad del 5-10% lo tienes amortizado. Antes sacábamos entre 60 y 65 toneladas de tomate por hectárea, ahora estamos en 75 y este año esperamos obtener 80. En California han llegado a 100 toneladas por hectárea».
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