Así son las señales y las irreconocibles calles en el escenario post Covid-19
Logroño se enfrenta por primera vez en muchos años a una revolución en su trazado urbano. Esta es la filosofía que hay detrás
A Logroño le están saliendo colorines. En formas de islas naranjas, rayas rojas y azules, medias lunas blancas y azules. Y están pasando muchas otras cosas: aparcamientos en sentidos contrarios a lo común, calles que zigzaguean, espacios peatonales que crecen y carriles de circulación que se reducen. Y una zona casi entera, Madre de Dios, que va a quedar casi irreconocible en apenas unas semanas.
¿Cuál es el objetivo de todo esto? ¿Hay una filosofía que unifique todas estas intervenciones y les dote de sentido? La hay. No es en absoluto una novedad en el urbanismo moderno, aunque sí lo es, y totalmente, en Logroño, una ciudad que en lo que se refiere a movilidad ha sido siempre muy conservadora. En lo público y en lo privado, que en esto se refuerzan: si un Consistorio promueve durante años una ocupación del espacio ciudadano pensada en exclusiva para el coche, la ciudadanía recibirá con extrañeza y rechazo cualquier movimiento en su contra.
Y sin embargo, lo que se está haciendo en Logroño suena a música moderna. Se trata, por una parte, de «reparto equitativo». Es decir, si el 58% de los desplazamientos en Logroño se producen a pie y el 27% en coche, que los espacios en las calles en las que sea posible se acerquen más a eso: los carriles muy anchos de circulación promueven por una parte, la velocidad. Eso, en una ciudad que sufre 400 accidentes graves al año. Y por otra, la doble fila, un fenómeno que, según el concejal de Desarrollo Urbano Sostenible, Jaime Caballero, «si es muy exagerada en Logroño en comparación con otras ciudades». «Se ha permitido, y el tipo de carriles que tenemos la provocan y facilitan».
Prioridad peatonal, el coche es un invitado
Más sitio para peatones, menos para coches en las calles «normales» donde sea posible. Pero donde se pueda, también, ir a intervenciones más ambiciosas. Por ejemplo, a la creación las calles con prioridad peatonal. El ejemplo de una calle así al estilo más tradicional es Once de Junio. O sea, una vía con tráfico, pero en la que quien manda es el peatón y en la que los coches han de ir casi como invitados, y muy despacio. El mismo tipo de calle que es Once de Junio es Fundición, una de las más polémicas.
Los cambios empiezan desde la entrada a la calle, que se estrecha, con pintura y con bolardos, para hacer que los coches entren más despacio. Y que luego se puebla de rayas que delimitan el espacio que es totalmente peatonal. Se busca indisimuladamente el desconcierto del conductor: que no se sienta seguro, y que así inconscientemente levante el pie. Y se busca una sensación de «algo distinto». Por eso no se pintan las esperables rayas blancas que delimiten carriles y zonas peatonales.
La 'supermanzana' pacificada de Madre de Dios
Son esas rayas las más chocantes, claro. Las rojas, naranjas y azules de Fundición y Madre de Dios, los círculos azules y blancos de Sagasta. La idea en todas partes es la misma: marcar un espacio distinto, en el que los coches no son ya protagonistas sino que ha de serlo el peatón.
La estrategia «Calles Abiertas» ha acelerado por el Covid-19 y su exigencia de distanciamiento, pero no ha cambiado la agenda que el gobierno municipal ya tenía en mente. Por eso muchas de estas actuaciones, aunque realizadas por ahora con medios baratos y reversibles, tienen sin duda vocación de permanencia. La de las rayas es una revolución que viene para quedarse.
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